Ayer vi la última entrevista que dio Carl Sagan. El prestigiado astrónomo exclamaba que era muy importante evitar que nos reviente en la cara una poderosa bomba: la suma de la ignorancia y el poder.
Su entrevistador, Charlie Rose, estaba fascinado con el científico que, con sus publicaciones y programas televisivos, nos bajó el universo al alcance de cualquier mortal, al nivel del entendimiento popular.
Carl tuvo la generosidad de vulgarizar la ciencia y ayudar a comprender muchas cosas, antes reservadas a expertos.
En su entrevista él decía que el público en general debe tomar conciencia de que a la sociedad le conviene estar más cerca de la ciencia y de la tecnología. Le es necesario entender sus fundamentos.
Afirmaba que acercarse y comprender muchas cuestiones científicas y tecnológicas no requiere grandes estudios y decía que se requiere un esfuerzo similar al de tantas personas que, como hobby, conocen y manejan estadísticas deportivas, o que revisan reportes financieros o a la bolsa de valores.
Graciosamente retaba: mucha gente se mete al deporte en serio. Métanse en serio a la ciencia. Métanse en serio a la tecnología, porque hoy estas disciplinas son las que están regulando nuestras vidas.
¡Y esto lo dijo en 1996!
Lo que quiere decir que aún no conocía (ni conoció) la invasión del internet, la telefonía móvil, la computadora portátil, las redes sociales y todos los gadgets que ahora nos acompañan invasivamente en nuestras vidas, debido al avance explosivo de la era digital.
La preocupación de Sagan era que, si la tecnología ya regulaba y determinaba nuestra vida cotidiana, deberíamos tener servidores públicos que comprendieran el papel del desarrollo de la tecnología y de la ciencia para bien de la sociedad.
Que las decisiones sobre ciencia y tecnología no podían quedar en manos de ignorantes, sino de políticos ilustrados en estos temas.
Una de las ventajas de conocer el pensamiento científico, afirmaba, es que vuelve a las personas más escépticas, más inquisitivas, menos ingenuos, y eso, sin duda, es una forma de cuestionar la realidad con orden y sistema para avanzar en la calidad de vida, en la democracia y sobre todo, en las relaciones interpersonales.
La única forma de que la gente controle a su gobierno y no sea controlada por éste es precisamente un análisis escéptico y permanente de sus promesas, propuestas, logros y eslógans.
Por ello, preparémonos para en 2018 exigirle a los partidos políticos que en el Congreso y en los gobiernos haya gente calificada para hacer leyes y para gobernar. Candidatos que conozcan, sepan y entiendan la ciencia y la tecnología.
Esto nos obligará a pensar más en el candidato que en el partido. Dejar atrás la afiliación política incondicional y empezar a votar por programas y personas, más que por partidos. Así, nos iremos acercando a un pensamiento crítico, pero constructivo, escéptico, pero realista.
No hacerlo, es dejar el camino abierto para candidatos que venden espejitos como tesoros y para ciudadanos que caen, una y otra vez, en el engaño.
Presidente ejecutivo de Fundación Azteca.
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