¿Alguna vez te has puesto a pensar qué tanto afecta la tecnología a la naturaleza humana?
Las novedades tecnológicas están provocando consecuencias mucho mayores de lo que reconocemos tanto para nuestras elecciones individuales como para la armonía social.
El ser humano está hecho para convivir en un ambiente en donde es receptor de la información que viene de afuera, la procesa y después reacciona; pero, con las nuevas tecnologías, es común que al tiempo que tienes que responder un correo electrónico, te llega en ese mismo instante un whatsapp, en el mismo momento que suena el teléfono fijo y al tiempo exacto en que se escucha el tono del celular.
Nadie tiene tiempo para procesar y responder de inmediato la demanda externa, aunque todos los emisores están esperando una respuesta instantánea.
Y esto que se dice de manera tan simple y hasta divertida como experiencia individual, a nivel de sociedad, y sobre todo, en términos de cómo nos organizamos, nos indica que la tecnología está cambiando las relaciones humanas, la interacción social y las expectativas políticas más rápido que la capacidad de adaptación del ser humano y mucho más intensamente que la capacidad de adaptación de las instituciones de la sociedad misma.
Es lo que Zygmunt Bauman llama “tiempos líquidos” porque la sociedad moderna dejó de ser sólida.
Cuando en el siglo pasado se hablaba de Estado, cualquier persona pensaba en la parte más poderosa de la sociedad. Sin embargo, ahora nos encontramos con que no es necesariamente así.
Además del Estado, están las nuevas formas globales de poder: multinacionales y crimen organizado, por mencionar algunos. Todos, disputando el poder desde fuera, extraterritorialmente, dejando a los gobiernos nacionales expuestos.
La tecnología ha provocado que el poder del Estado comience a diluirse.
La política es local pero el poder global y por lo mismo, indomable.
Si antes se hablaba de familia, la imagen colectiva pensaba en: papá, mamá e hijos. Ahora las familias son diversas.
Si se hablaba de estudiar, uno se imaginaba pupitre, pizarrón, maestro y alumno y ahora la mayoría de las personas aprenden en lugares fuera de la escuela.
Todo lo anterior es producto de la tecnología que está volviendo al mundo líquido, porque las estructuras sociales y los usos y costumbres dejan de mantener su forma, ya que se diluyen sin dar tiempo para crear nuevos hábitos y comportamientos aceptables.
La comunidad y la solidaridad mismas comienzan a diluirse por el individualismo, y las políticas de protección social y laboral dan paso a la cruda competencia.
Para el individuo y las viejas instituciones, las cosas están cambiando tan rápido que no las puede agarrar. Y eso afecta todo: nuestro plan de vida y la planeación colectiva de mediano y largo plazos.
La naturaleza de las estructuras y de la experiencia humana no está diseñada para ello, provocando una crisis de atención, de valores y de relaciones.
¿Cuáles son entonces los nuevos marcos de referencia y las bases para vislumbrar el largo plazo?
En mi próxima contribución hablaremos de ello.
Presidente ejecutivo de Fundación Azteca.
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