La mayoría de los niños y jóvenes reciben mayor información fuera del aula que dentro de ésta. La tecnología los presiona a decidir al instante, sin tiempo para la reflexión o apropiación del conocimiento. Y la información que manejan no corresponde con los valores del hogar o la escuela.
Mientras aquellas promueven valores y creencias arraigadas, la sociedad moderna se sustenta en otros axiomas. Frente a una sociedad con premisas sólidas, todo se está volviendo líquido. Apenas surge un descubrimiento, moda, invento o producto y en meses ya no es verdadero o útil.
¿Cómo reaccionaremos ante ello?
En primer lugar, entendiendo el fenómeno. La Revolución Industrial estaba basada en la repetición y la eficiencia. Máquinas y obreros hacían lo mismo hasta dominarlo. El reto era hacerlo con mayor calidad, rapidez y menor costo.
Ese esquema pasó a la educación y a las relaciones personales.
Lo importante era repetir la lección con exactitud y rapidez. Como la producción, la educación era masiva y las relaciones personales utilitarias.
Eso cambió. Las consecuencias sociales y económicas de las nuevas tecnologías premian innovación, cambio, lo diferente, atrevido, personalizado y colaborativo.
Y se demuestra en todo: productos, política, preferencias sexuales, individualismo, educación personalizada, redes, pasión por la originalidad, la interacción y la autonomía. Podemos quedarnos en la nostalgia de un mundo previsible, pero enfrentamos un cambio de era para el cual debemos prepararnos.
Niños y jóvenes deben convertirse en agentes de cambio. Sí. En promotores de la innovación y de la colaboración. Y eso se puede educar. Los primeros que deben darse cuenta que sus hijos no van a estar lo suficientemente equipados para enfrentar el futuro son los padres. Y son ellos los que deben provocar en sus hijos un cambio de conducta. Pero esto no puede darse espontáneamente, debe ser a través de metodologías existentes generalizadas.
Así como los padres y, sobre todo, las madres desde 1836 hasta mediados del siglo XX, se ocuparon de formar a sus hijos, mientras la escuela sólo informaba, ahora urge un retorno a que padre y madre puedan dedicar tiempo a la formación de sus hijos para que su educación sea significativa.
Esto va a provocar cambios importantes en las relaciones laborales y sociales y abrirá una nueva vía de asociación para el trabajo público-privado. El mundo tiene la oportunidad de hacer de la modernidad el ejercicio humano más ambicioso de construcción de una sociedad armónica gracias, también, a la tecnología.
La fuerza del Estado es su riqueza derivada de los impuestos. La de las multinacionales es la riqueza derivada del mercado. La del crimen organizado se deriva del crimen. Esas riquezas les dan la capacidad y el poder de la organización.
Y ante esos poderes, la sociedad siempre ha estado sujeta e indefensa.
Hoy, no se requiere riqueza para organizarse. Cualquier persona u organización con una buena propuesta puede crear un gran movimiento, una fuerte presión, nuevos productos y servicios y resultados. No todo es tranzar para avanzar. Los niños y jóvenes deben educarse para saber utilizar ese poder y dar certidumbre de armonía futura, dentro de una sociedad líquida.
Presidente ejecutivo de Fundación Azteca
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