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La semana pasada en Xalapa, Veracruz, visité una fábrica de innovación y de nuevas empresas… y me quedé maravillado. Y es que el ILAB es, de verdad, algo más. Se trata de una aventura iniciada por unos jóvenes visionarios que han tenido apoyo estatal y federal a través del Inadem, que de inicio “entra” para echar a volar esta fábrica de empresas. Se pretende que en un futuro cercano sea capaz de autosustentarse. La “fábrica” es muy joven; inició apenas en enero de 2014, pero ya han pasado por ahí casi 300 jóvenes. Al día de hoy tienen cerca de 60 ideas de negocio en tecnología; 20 de éstas están ya en proceso de registro de patentes ante las autoridades de protección intelectual.
A la “fabrica” ingresan por un lapso de cuatro meses, de 50 a 60 jóvenes cuidadosamente seleccionados de instituciones públicas de educación superior. La gran mayoría provienen del subsistema de tecnológicos de la SEP. Durante 120 intensos días, los chicos trabajan en su formación, en la práctica y en el desarrollo de su producto. Vamos por partes.
El proceso inicia con la idea misma del producto a crear y desarrollar. No es trivial: según las reglas de los fundadores de ILAB, debe ser un producto tecnológico enteramente nuevo en el mercado nacional e internacional; debe beneficiar por lo menos a 10 millones de personas y debe ser un producto físico… apps o plataformas digitales… no cuentan. Una vez que la idea está del todo aprobada, se pasa a la etapa de desarrollo y, finalmente, a la producción de un prototipo que funcione.
En el ínterin, las “clases”, que se estructuran en tres partes, tienen que ver justamente con el proceso que se lleva a cabo en cada etapa; durante la mañana teoría, en la tarde práctica con base en esa teoría y, a partir de las 6 pm., los jóvenes trabajan en su proyecto específico. ¿A qué hora terminan? Hasta que “el cuerpo y la cabeza aguanten”. Los instructores y monitores trabajan intensamente con los jóvenes. Muchos de ellos son empresarios, directores de corporaciones o de áreas de investigación de productos, etcétera.
¿Son estudiantes brillantes que tuvieron un elevado desempeño académico en sus instituciones? No necesariamente. Ésta es parte de la maravilla: se trata de muchachos que se atreven a salir de su zona de confort, jóvenes que están dispuestos a arriesgarse y emprender en lugar de tomar un trabajo cualquiera en alguna empresa u oficina pública. Eso es lo que los distingue, su actitud, su empeño, su visión y deseo de transformar y transformarse a sí mismos. Hablo de primera mano… pasé unas horas con ellos y esto es lo que vi.
La dirección está a cargo de personas que asimismo se atrevieron a desarrollar un concepto relativamente nuevo, dejar también su zona de confort, y pensar en hacer algo que pudiese transformar millones de vidas. Eso se observa y se siente en cada uno de los integrantes del equipo de ILAB.
Ahora bien, ¿qué tipo de productos están generando? Algunos ejemplos: un aparato que toma muestras de hojas en el campo, por ejemplo, en cafetales. Éstas permiten detectar en minutos enfermedades en las plantas, sus niveles nutricionales, necesidades de humedad, etc. Para hacer esto, un laboratorio tarda días. Otro producto: un nuevo plástico que puede conducir electricidad… imagínese el potencial. Otro: una “tirita” que se adhiere a las toallas femeninas para detectar infecciones vaginales en forma preventiva. Otro, un muñeco que ayuda a los niños con problemas del lenguaje para superar sus deficiencias. Sólo son ejemplos, hay muchísimos más. Los jóvenes terminan sus cuatro meses con una empresa constituida y con un prototipo que en ocasiones necesita más desarrollo para alcanzar todo su potencial.
¿Qué se necesita? Becas para atender más y por más tiempo a los emprendedores, fondos de inversión para llegar a una siguiente etapa en el desarrollo del producto y —¿por qué no?— para replicarlo en otros lugares del país.
El proyecto ILAB (www.ilab.net) tiene muchas aristas. Una es la innovación que eleva la productividad y el bienestar. Otra es que muchos de los jóvenes son los primeros universitarios en sus casas; su desarrollo implica una enorme movilidad social para ellos y sus familias. En su caso, su origen no determina el destino. Quizás no pudieron escoger a sus padres, como lo sugería Stiglitz hace días en Guadalajara, pero sí han escogido salir de su zona de confort… arriesgarse e imaginar un futuro muy alto y prometedor.
Centro de Estudios Espinosa Yglesias, A.C.
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