Y no me refiero al futbol… sino al hábito de postergar decisiones, de no resolver los problemas de fondo, a maquillar soluciones a sabiendas de que reventarán más adelante. “Patear el bote” se practica en todo el país y no es exclusivo de los políticos. No obstante y aunque todos en algún momento formemos parte del equipo, el caso del servicio público es especialmente relevante, por el simple hecho de que las decisiones de gobernantes y legisladores afectan la vida de millones, no sólo la propia o la familiar. Varios temas ejemplifican el punto, uno son las pensiones, en la que sindicatos de empresas públicas y organismos del Estado (como la CFE, Pemex e IMSS) y de universidades estatales se sirvieron con la cuchara grande. Ni qué decir cuando un gobierno estatal o federal gasta más de lo que ingresa para presentar a los ciudadanos grandes obras y ofrecer servicios públicos en el presente, sin tomar en cuenta que “alguien”, en el futuro, tendrá que pagar. Endeudarse para gasto corriente, de todos los días, es uno de los estandartes de este deporte.

En años pasados, los umbrales de tolerancia hacia el “patear el bote” eran mucho mayores que el actual. Pasaron años sin que se notara el endeudamiento de un país, los mercados financieros y el tipo de cambio fijo se tardaban en reaccionar ante los excesos. En la década de los setenta, en México tuvimos un desfase de varios años antes de la devaluación de 1976, que incluso soportó aún más ante la monumental patada del bote que significó el auge del petróleo, y que estalló en la crisis de la deuda de 1982 y la expropiación bancaria. Las consecuencias fueron mayores: contracción prolongada, una “década perdida” y un grave desencuentro entre lo público y lo privado. El anterior es sólo un ejemplo de los tantos que hay.

En el mundo globalizado en el que vivimos, con grandes flujos de capital y una tecnología que permite su movimiento en milésimas de segundo, los tiempos de tolerancia son mucho menores. Los mercados perciben cuando se acercan nubarrones en el horizonte, pero aún no son perfectos previsores, como lo atestigua la crisis financiera de 2008-2009 que todavía llevamos a cuestas. El destino siempre nos alcanza, y las consecuencias son profundas y prolongadas.

Pero este deporte no se da sólo en temas económicos. Hoy somos testigos de que puede haber otra jugada en lo político, en la gobernanza de nuestro país. La amenaza es que el partido en el gobierno intente patear el bote de la lucha contra la corrupción modificando las leyes que requiere el mandato constitucional, pero sin modificar nada de fondo. Eso es lo que se ve en la propuesta del PRI-Verde de su ley anticorrupción, en donde la discrecionalidad, el control de quién define si una falta es grave o no, recae sobre una persona. Los esquemas y reglas que han permitido, o más bien cobijado la corrupción con entera impunidad se mantienen. Su propuesta en nada abona a la construcción de un sistema con pesos y contrapesos que asegure mayor efectividad en la lucha contra la corrupción. Pareciera que así, y en contra de lo que públicamente ha reiterado el presidente Peña Nieto, el establishment de una buena parte de la clase política busca patear el bote de nueva cuenta.

Hoy, sin la disciplina que imponen los mercados (como la llamada de atención de Moodys sobre los retos que enfrenta el país sobre su consolidación fiscal y estabilidad de su endeudamiento), la disciplina la debemos imponer los ciudadanos. Cerca de medio millón de personas firmamos la iniciativa ciudadana de la Ley General de Responsabilidades Administrativas (o más conocida como Ley 3de3. Un aplauso y agradecimiento a todos ellos). Todos demandamos que haya un cambio genuino en el comportamiento y forma de operar del servicio público. Exigimos que no haya simulaciones, que no haya “atole con el dedo”, que no se patee el bote de la gobernanza política y convivencia social de nueva cuenta, hasta que el destino, irremediablemente, nos alcance.

Centro de Estudios Espinosa Yglesias, A.C.

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