El debate sobre el salario mínimo lleva ya varios meses sobre la mesa. Por desgracia, tanto su verdadero fondo como sus implicaciones se han desviado… aunque no por ello deja de haber avances. Uno de ellos es que por fin se le desvincule de multas, intereses o cualquier otra medida, para que refleje lo que realmente, y con base en la Constitución misma en su artículo 123 fracción sexta, debe ser: asegurar que el salario más bajo que cualquier persona perciba sea suficiente para por lo menos sustentar su vida.
El cambio es por demás fundamental: hasta ahora, se ha gestado una profunda contradicción del Estado mexicano, a través de la Comisión Nacional de Salarios Mínimos, al definir un salario mínimo por debajo de la línea de pobreza. Con éste, se está condenando a la población que lo percibe como ingreso a permanecer en condición de pobreza. La contradicción de la que hablo se exacerba al ver que los diversos gobiernos han destinado miles de millones de pesos a combatir la pobreza. ¿No resulta esquizofrénico? El Estado define un ingreso mínimo tan mínimo que no alcanza para vivir, y después intenta corregir la medida a través de decenas de programas específicos de combate a la pobreza, al hambre, etcétera.
No todos los trabajadores perciben un salario diario —hay quienes ni siquiera perciben uno—, por ello los programas en efecto se necesitan. No obstante lo anterior y en todos los demás sectores donde hay un trabajo estable, con dependencia de un patrón, definir un salario mínimo por debajo del nivel mínimo de bienestar, es, por decir lo menos, absurdo.
¿Por qué digo que el debate está equivocado? Explico: la discusión se ha centrado en el impacto que tendrá para las empresas y en la inflación. Se ha argumentado que la elevación de costo aumentará los precios y generará desempleo, pues muchas empresas no podrán soportar el alza en sus costos. Se ha dicho también que, al basarse todas las negociaciones en el salario mínimo —en especial con sindicatos—, su aumento afectará a todos los demás salarios. Que el aumento en el primero será igual al aumento en el segundo. También se ha estudiado que en las empresas adscritas al IMSS, una parte de los salarios son múltiplos del salario mínimo (2, 3, 4 veces el salario mínimo)… la intuición es una: si sube el salario mínimo vendrá una cascada de aumentos.
A mi juicio el debate está equivocado por varias razones: el salario mínimo es eso, una paga mínima que debe permitir a quien la perciba sostenerse en este mundo. Los demás salarios se fijan (supuestamente) por oferta y demanda laboral, y sus cambios deberían estar ligados a la productividad y a la inflación acumulada desde el último aumento. Si se argumenta que habrá inflación, eso sólo es verosímil si se considera que el aumento del mínimo generará una cascada de aumentos en todos los niveles salariales, como si la presión sindical fuera tal que todos los empleadores, públicos y privados, sucumbieran ante tales exigencias (en caso de darse). La realidad es que, para efectos del IMSS, sólo 423 mil personas ganan el salario mínimo o menos de un total de 18 millones 187 mil trabajadores adscritos al Instituto en noviembre. A sabiendas de que hay un subreporte en los salarios de las personas por muchas empresas (como para que la cuota obrero patronal sea menor), lo más seguro es que ese número esté aún muy por encima de la realidad. Pero aunque no lo estuviera, hablaríamos de un porcentaje muy pequeño de quienes perciben el salario mínimo.
Me parece que el tema es éste: el salario mínimo se debe fijar con base en la canasta mínima de bienestar. El resto debe hacerse por el mercado y sus aumentos reales deben estar, pues, relacionados con la productividad. Aunque esto no suceda siempre, es a lo que deberíamos aspirar. Argumentar que existen condiciones monopólicas que provocan salarios bajos para no aumentar el mínimo, me parece que es un debate no sólo equivocado sino contraproducente para nuestra sociedad y para nuestra economía.
Centro de Estudios Espinosa Yglesias, A.C. ecardenas@ceey.org.mx
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