El problema de Grecia se ha escuchado con intensidad… y es que parece haber dos bandos: por un lado Grecia misma y sus simpatizantes; por el otro, Alemania y sus respectivos. Los primeros son las víctimas de la austeridad, del no poder sacar dinero del banco, de haber sido “engañados” por sus acreedores y más aún, por sufrir una crisis gestada en el extranjero en 2008-2009 y que, simplemente, se desdobló en Grecia con todo su ímpetu. En el otro lado se encuentran los acreedores; a saber, gobiernos europeos, el Banco Central Europeo y el FMI, que juntos y ya en dos rescates, han prestado a Grecia cerca de 250 mil millones de euros, cuya moneda de cambio ha sido la austeridad a lo largo de los últimos años. La idea ha sido que la Hélade retome su camino de crecimiento económico.

En la última semana se venció el plazo del segundo rescate. Grecia tenía que haber planteado nuevas medidas para poder recibir otro monto de dinero que le permitiera seguir adelante. Al no cumplirse, el rescate no se renovó, el gobierno griego llamó a un referéndum que dijo NO a las condiciones impuestas por los acreedores… como era de esperarse, el sistema bancario y financiero griego está al borde del colapso. Las perspectivas de un arreglo dependen del plan de austeridad que ha presentado Grecia y de la reacción de los acreedores. Este domingo, después del análisis técnico y financiero de la propuesta griega, los jefes de Estado de la Unión Europea decidirán qué hacer.

Pero lo que hoy le ocurre a la tierra del olivo es una película que en México —y otros países— ya hemos visto… y más de una vez. En agosto de 1982, después de déficits enormes del gobierno y del sector privado, México tuvo que declarar la moratoria en el pago de intereses de su deuda externa y entrar en un programa de austeridad con graves costos económicos y sociales. El peso se devaluó 600% ¡Sólo en un año! No fue sino seis años después que empezamos a ver la luz al final del túnel. El monto del servicio de la deuda llegó hasta 14% del PIB en 1983 y se redujo gradualmente en los años siguientes tras negociaciones con los acreedores y esfuerzos mayúsculos, hasta llegar a 6% del PIB en 1987. Jesús Silva Herzog y José Ángel Gurría fueron los artífices de ese proceso. Años después, en 1994 y 1995, la crisis económica y financiera llevó a una caída de más del 6% del PIB en ese año, que luego se recuperó rápidamente. El rescate bancario que siguió, a través del Fobaproa y luego del IPAB, costó 14% del PIB de 2004 cuando éste finalmente se dio por concluido. En todos esos casos, hubo austeridad, penuria e injusticias… muchos pagamos por los platos que otros rompieron. El peso finalmente se dejó flotar en 1995 (con una fuerte devaluación), por las condiciones extremas a las que habíamos llegado, y el rescate de la comunidad internacional, especialmente Estados Unidos y el FMI, impidieron que se tuviera que incurrir en controles de cambios e insolvencia de la banca que estaba endeudada en dólares. En ambos casos, con severos sacrificios y apoyo internacional, México pudo salir adelante. A pesar de los excesos e irresponsabilidad, el problema era más manejable en México incluso tras los excesos de Echeverría y López Portillo.

El caso griego parece ser diferente, mucho más grave… los excesos deben haber sido mayores y más prolongados. Démonos una idea: la deuda pública helénica es 4 veces la de México (como porcentaje del PIB). El rescate que ha recibido Grecia hasta este momento es de 21 mil 700 euros por persona; es decir, 360 euros mensuales durante los últimos 5 años. En contraste, el costo del rescate mexicano del Fobaproa fue, a precios y tipo de cambio actual, de 110 mil millones de euros para una población de más de 100 millones de habitantes que había en 2004. En otras palabras: ¡el rescate mexicano fue de mil 82 euros por persona! El rescate griego, por lo tanto y hasta el momento, es casi 20 veces más caro que el del Fobaproa mexicano, más lo que falta. Así, como lo veo, a Grecia y a sus acreedores no les queda más que reconocer la bancarrota de Grecia, propiciar que su ajuste sea lo más suave posible a través del abandono ordenado del euro hacia su (devaluada) milenaria moneda sin salir de la Comunidad Europea, ayudarle a hacer los ajustes indispensables, ampliar los plazos de la deuda con quitas más adelante, y estimularla a regresar a la zona euro en un tiempo razonable… al menos unos diez años. Sí, me parece que Grecia está en la bancarrota.

Centro de Estudios Espinosa Yglesias.

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