Más Información
Rosa Icela Rodríguez se reúne con próximo titular del INM; “arrancaremos el 2025 con mucho trabajo”, asegura
SSa llama a tomar medidas preventivas ante bajas temperaturas; pide proteger salud por temporada invernal
Oposición tunde diseño de boletas de elección judicial; “la lista definitiva la harán Monreal y Adán Augusto”, dice Döring
Padres de normalistas de Ayotzinapa marchan a la Basílica de Guadalupe; exigen cárcel para los responsables
3 de cada 10 veces que se vende bacalao en México es carne de otras especies: ONG; llaman a CONAPESCA a rastrear productos
El peso mexicano ya se va acostumbrando a los excesos verbales del presidente de Estados Unidos. A pesar de que Trump reafirmó en su reunión con el presidente Peña en Hamburgo que “absolutamente”, nuestro país pagará por el muro fronterizo, la divisa mexicana prácticamente ni se inmutó. Al igual que el peso, nuestra diplomacia, nuestros empresarios y comerciantes, deben aprender muy rápido a discernir entre las ocurrencias del magnate y las posiciones de fondo de su gobierno. No es tarea fácil puesto que la práctica más consistente de Trump ha sido la inconsistencia.
Respecto al muro, asunto que robó los reflectores de la reunión bilateral entre los mandatarios, lo cierto es que el gobierno de Estados Unidos ha solicitado mil seiscientos millones de dólares al Congreso para construirlo. Esta es una realidad que rebasa la retórica de Trump. Quiere esto decir que, si se obstinara por forzar a México a pagar por la barda, lo que está haciendo su administración actualmente es pedir una suerte de préstamo al Congreso que después será cubierto por recursos de los mexicanos. Tanto insistió Trump como candidato (y con resultados tan eficaces) en que nuestro país sufragaría el costo de esa obra que ahora no le queda más remedio que insistir en su tesis, cuando menos de dientes para afuera, aunque en la realidad ya se ha dado cuenta de que esa promesa es “absolutamente” irrealizable.
Es posible imaginar la interacción entre la delegación mexicana y cualquiera de las otras 19 que asistieron a la reunión de Hamburgo. México sigue siendo uno de los blancos privilegiados para los ataques de la administración Trump. El resto de las comitivas habrá visto a nuestros representantes con una mezcla de empatía por tener que soportar cotidianamente los embates del estadounidense y una suerte de fascinación por comprender las lecciones que hemos aprendido en este último semestre sobre el arte de lidiar con el republicano.
En cualquiera de los casos, para México se abre una oportunidad inédita para llevar a la práctica, ahora sí, la tan largamente anhelada diversificación de nuestras relaciones internacionales. Es una oportunidad que los propios Estados Unidos nos abren, no sólo por la hostilidad manifiesta hacia nuestro país, sino por el hecho de que Washington ha tomado como bandera principal aislarse de las grandes tendencias mundiales; desde su rechazo a la globalización, hasta marginarse voluntariamente de cuestiones tan relevantes como el Acuerdo de París en materia de cambio climático.
Esta de Hamburgo fue una cumbre del G-19 y el otro. La delegación de Estados Unidos, siguiendo la consigna de “America First”, decidió distanciarse de los demás, en vez de sumar aliados, ya sea en cuestiones del libre comercio, el desarrollo regional o el mismo calentamiento global. Esa es la vía que ha escogido Trump para devolverle la grandeza a su país.
El resto de los asistentes ha tomado nota de esta inclinación al aislacionismo y de inmediato se han dado a la tarea de llenar los vacíos que Estados Unidos está abriendo en la escena mundial. China aceleró su acercamiento a Rusia y Alemania. Francia se moviliza para convertirse en el arquitecto de la nueva Unión Europea. Canadá gana espacios como uno de los países más abiertos y liberales del mundo.
En este contexto, México tiene frente a sí una necesidad y una oportunidad sin precedentes para ocupar sus propios espacios y establecer alianzas que, hasta antes de Trump, se veían como distantes o abiertamente impracticables. La necesidad proviene de que la cerrazón y la animadversión de Washington pueden lastimar nuestros intereses nacionales, ya sea en los flujos comerciales, la situación de nuestros migrantes, la convivencia fronteriza o los temas espinosos de la seguridad. El unilateralismo mostrado por Estados Unidos nos obliga a reaccionar. Pero al mismo tiempo, el trato frío e incluso arrogante que ha dispensado a europeos, japoneses y chinos, abre las puertas para que México amplíe sus horizontes diplomáticos, reduzca la concentración de nuestros nexos con Estados Unidos y cuente con un mayor margen de maniobra y nuevas opciones de desarrollo e intercambio en el plano internacional.
Internacionalista