El candidato que atraiga el voto de los más pobres será el próximo gobernador del Estado de México. Las encuestas fallan, pero la demografía no debería. El grueso del electorado mexiquense está compuesto por personas de bajos ingresos. Así, en condiciones normales, el candidato que parezca contar con la convicción y las mejores ideas para atenuar la pobreza, debería ganar la contienda.

Entre los cuatro candidatos finalistas, dos son ricos y dos son pobres, o cuando menos provienen de municipios donde abunda la pobreza. Del Mazo y Josefina son menos representativos de lo que es la comunidad mexiquense. Por su trayectoria y lugar de origen, Juan Zepeda y Delfina se asemejan más a lo que es el mexiquense promedio. Si la gente piensa votar por quien se parezca más a mi mismo, por quien tenga una biografía y una experiencia de vida más semejante a la mía, entonces Delfina o Zepeda deben llevarse los dos primeros lugares de la elección. Si el voto es aspiracional (a ver si algún día llego a tener poder y dinero) entonces Josefina y Del Mazo deben ocupar los primeros sitios.

Pero el Estado de México ha dado muestras de desafiar invariablemente la lógica política. El grueso de la población mexiquense vive en los alrededores de la capital, trabaja en grandes números en la capital y le va tan bien o tan mal como le vaya a la capital. Es lo más semejante que tenemos en el país a un Estado dormitorio. La onda expansiva del progreso capitalino alcanza apenas a tres o cuatro municipios del Estado de México, como Huixquilucan, partes de Naucalpan, Atizapán y por otras consideraciones, Valle de Bravo.

La teoría que parece imponerse es que es más fácil conseguir el voto de una persona pobre, con bajos niveles educativos y poco politizada, que el de alguien con altos grados académicos, solvencia económica e interés por la vida pública. Bajo esa premisa, quien esté interesado en conseguir votos en el Edomex no debe preocuparle demasiado que el estado sea mayoritariamente pobre. Cabe incluso preguntarnos si el Estado de México es deliberadamente pobre o pobre por razones políticas y electorales, más que por factores económicos o geográficos. La localización del estado, en el centro del país y a un lado de la urbe más rica y diversa, debería hacer posible que el Estado de México siempre estuviese a la cabeza del desarrollo nacional, en lo económico y en lo humano. Pero no es así.

Las claves de la elección dependen de la manera en que voten los pobres en esta ocasión. Habrá todavía muchos que estén dispuestos a intercambiar su voto por alguna dádiva que se les ofrezca en el momento de sufragar; quienes piensen que su voto es apenas uno entre millones y que es mejor llevarse unos centavos o unos bultos de cemento que emitir el voto de manera independiente y razonada. Pero habrá otros, quién sabe cuántos, que no estén dispuestos a comerciar con sus derechos políticos y crean que pueden hacer la gran diferencia. Al margen de estos dos, existen aquellos que votan por un partido como una especie de tradición familiar, como el que desde niño le va al Necaxa o al América y le da cierta vergüenza cambiar de equipo para que no lo tachen de traición.

El hecho de que Delfina y Del Mazo sean los candidatos más viables a llevarse la victoria tiene que ver con que Morena se ha asumido como el partido de los pobres, mientras que el PRI es el que tiene más experiencia y estructura para llevarlos a votar.

Pero, pase lo que pase, lo novedoso de estas elecciones, después de muchas décadas, es que hay una competencia real y que, más allá de los partidos, un candidato eficaz y persuasivo como Zepeda haya logrado meterse a la pelea frente a las grandes maquinarias electorales. El próximo domingo podremos sacar las conclusiones.

Internacionalista

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