La única vez en que los mexicanos hemos tenido la dicha de observar un debate político de verdad fue cuando se enfrentaron Cuauhtémoc Cárdenas, Diego Fernández de Cevallos y Ernesto Zedillo. En esa ocasión el hombre de las barbas se la tomó en serio y detonó un auténtico intercambio de ideas. El resultado fue tan refrescante que, en unas pocas horas, Diego logró posicionarse al frente de las preferencias electorales. Seis años después, Vicente Fox, con su famoso “hoy, hoy, hoy” mostró firmeza en sus posiciones y, aunque no animó particularmente el debate conceptual, logró convencer a la población de que era algo así como indomable. Unas semanas más tarde se convirtió en el primer presidente de oposición.

Está claro que un buen desempeño en un debate puede cambiar el rumbo de una elección. Kennedy y Reagan ganaron la presidencia con sendos nocauts y, prácticamente, con una sola frase letal. ¿Será esto a lo que temen los políticos mexicanos, que los pudieran dejar tirados en la lona con un solo golpe? ¿Será por eso que el formato mexicano es tan acartonado?

Es hora de que los debates cambien radicalmente en México. A los votantes nos interesa saber cómo reaccionan los candidatos bajo presión, cómo articulan las ideas, cómo habrán de comportarse cuando ocupen un puesto de importancia. Para ello es necesario que los conductores de los debates sean periodistas o intelectuales reconocidos que no se limiten a dar la palabra a uno tras otro, sino que formulen las preguntas difíciles y busquen despejar las dudas que tienen los electores. Actualmente, un simple reloj de pared podría cumplir con las funciones del moderador.

Por decisión de los partidos políticos, las cámaras no puede realizar tomas abiertas para observar las reacciones de los demás candidatos. En el mejor estilo soviético, los aspirantes son enfocados individualmente, no vaya a ser que los televidentes observemos si los demás toman notas, se rascan la cabeza o hacen gestos de desaprobación. Más allá de las imágenes, lo que provoca este formato es que algún candidato cuestionado o aludido por los demás simplemente ignore las críticas y se apegue a su guión, cerrando la posibilidad de un intercambio de ideas, que de eso se trata cualquier debate. A como estamos actualmente, perfectamente podrían grabar a cada uno en su casa y pasarnos un video.

Actualmente, quienes conducen los debates no tienen otra función más que decir: “ahora iniciamos el segmento de seguridad, la economía o la salud y para ello cada candidato tiene un minuto y medio”. Sería mucho más relevante que los aspirantes a un puesto público pudieran responder para qué quieren ser presidentes o gobernadores, cómo piensan atender la inseguridad, la impunidad y la corrupción, qué estrategia tienen en mente para dinamizar el crecimiento económico y paliar la desigualdad social, qué le dirían a Trump, qué tipo de país visualizan y cómo le harían para construirlo.

El “debate” que sostuvieron los candidatos a gobernar el Estado de México marcó un nuevo récord de pobreza intelectual, carencia de propuestas y de habilidad personal y política para contrastar ideas. Lo verdaderamente grave es que, más allá de la actuación de los candidatos, son los partidos políticos los que deciden el formato de los debates. Esto indica que el año próximo los candidatos a la Presidencia deberán ajustarse a las mismas reglas. De ser así, poco conoceremos de la personalidad y las iniciativas de los aspirantes a ocupar Los Pinos y nos quedaremos con alguna interpretación profunda y metafísica sobre el color de sus corbatas o de sus rebozos.

Internacionalista

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