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El país del mundo con el que el gobierno de Donald Trump tendrá más fricciones y dificultades no es México, China o Irán, sino el propio Estados Unidos. Es francamente muy curioso que a pesar de contar con mayorías en las dos cámaras del Congreso norteamericano, el empresario insista en gobernar por decreto, a base de órdenes ejecutivas. El mensaje que envía con este patrón de conducta es que no tiene intenciones de negociar con las instituciones del Estado, ni siquiera con los miembros de su propio partido.
Mi lectura es que se va a enredar tanto en la política interna de EU, que poco a poco se irán perdiendo sus objetivos de política exterior. Este es un ángulo que no debe descuidar la diplomacia mexicana para medir con cuidado los tiempos y las estrategias que deben aplicarse ante el inquilino de la Casa Blanca.
En las escasas dos semanas que lleva en el cargo, Trump ha abierto una cantidad inmanejable de flancos en el plano interno y en el internacional. En su política externa ha comprado pleito con Australia, México, Japón, Alemania, Irán y la Unión Europea. Hasta Gran Bretaña, su aliado más importante, ha protagonizado manifestaciones de repudio ante una posible visita de Estado de Trump. Este es apenas el comienzo. Falta conocer cómo lidiará con los platos fuertes de la política mundial, es decir China, Rusia, Corea del Norte y el conflicto entre Israel y Palestina.
En el frente interno, su agenda es todavía más complicada. Sus prohibición al ingreso de musulmanes, su petición de presupuesto para construir el muro con México, su polémica designación de un magistrado a la Suprema Corte de Justicia, sus constantes roces con los medios de comunicación sobre lo que son noticias falsas y verdaderas y sus intentos por eliminar el Obamacare, le han forzado a voltear la mirada y la atención hacia su propio país.
En este contexto, los negociadores de nuestro país tienen una importante ventana de oportunidad. Lo peor que podríamos hacer desde el lado mexicano es acelerar los tiempos, especialmente en la revisión del TLC. El plato de Trump se llenará tan rápidamente de temas y preocupaciones internas, como las manifestaciones en la Universidad de Berkeley o el desafío presentado por los alcaldes de ciudades santuario, que convendrá a los intereses de México esperar a que se le enreden todavía más las cosas, antes de sentarnos formalmente a la mesa. Los grupos sociales y políticos que le antagonizan, lo distraerán y lo debilitarán.
La visita que ha programado a México el general John Kelly, secretario de Seguridad Interna, la primera de un miembro del gabinete de Trump, muestra en dónde están las verdaderas prioridades de Estados Unidos. Los temas centrales que pretende abordar son los de la lucha contra el narcotráfico, los migrantes que cruzan desde Centroamérica y el combate al terrorismo. Estas son las fichas de negociación más pesadas con que cuenta México. Convendrá usarlas en su momento, pero ante todo observar los problemas internos que enfrenta el nuevo gobierno y aprovechar la característica número uno de la diplomacia estadounidense: la prisa para alcanzar acuerdos. Si mostramos la debida paciencia, la negociación general puede resultar favorable a los intereses mexicanos.
Internacionalista