No se conocen, nunca se han visto en persona, aseguran. A pesar de ello, Vladimir Putin y Donald Trump intercambian elogios, se ofrecen apoyo mutuo y esperan gobernar sus países al mismo tiempo. ¿Qué está pasando?

Desde que intervinieron el correo electrónico del Partido Demócrata, lo cual derivó en la renuncia inmediata de su lideresa, las especulaciones de que el gobierno ruso está ayudando a Donald Trump a ganar las elecciones han ido en ascenso. Los servicios de inteligencia estadounidenses asignan una alta probabilidad a que los hackers hayan sido efectivamente agentes rusos, operando desde una base en Rumania.

En espera de que dichas especulaciones se esclarezcan, lo cierto es que el presidente de Rusia tiene una clara predilección por el magnate inmobiliario. En caso de que llegue a ocupar la Casa Blanca, tendría en Trump a un aliado, alguien muy cercano a un admirador. Alguien que aboga en público por desarrollar una relación amistosa con Moscú, lo cual traería en efecto algunos beneficios para el mundo. Entre esas dos grandes potencias podrían resolver el grave dilema de Siria y sus corrientes de refugiados hacia Europa. Podrían combatir con la eficacia necesaria al Estado Islámico y su cauda de actos terroristas. Podrían incluso ponerle un alto a las ambiciones nucleares de Corea del Norte y garantizar que Irán se abstenga de producir armas atómicas.

Lo que no se entiende en la postura de Trump es aceptar como legítimo que Rusia se haya apoderado de partes del territorio de Ucrania, que amenace con desmantelar a la OTAN y le parezca normal que Moscú esté financiando a partidos nacionalistas y de extrema derecha en países como Francia o Grecia. De hecho, el candidato republicano se ha mostrado más intransigente hacia aliados tradicionales de EU, como los pequeños países del Báltico, que contra los abusos que ha cometido Rusia en su vecindario.

El gran sueño de Putin consiste en restaurar el poderío ruso de tiempos de la Guerra Fría. Ser la otra superpotencia y, si es posible, reconstruir lo que fuera el imperio soviético. Contar con Trump como aliado en esa empresa sería invaluable para sus objetivos.

El intercambio de favores está a la vista: Trump pidió a los rusos que, si los tienen en su poder, muestren al mundo los correos electrónicos que conservó Hillary Clinton en un servidor privado, cuando era secretaria de Estado. Este pudiera ser el tiro de puntería, el único disparo que requeriría su candidatura para sacar de la jugada a la aspirante demócrata. Dependiendo de lo que revelen esos correos, poco importaría si Trump va rezagado en las encuestas o si sus mensajes de campaña son cada día más repudiados. Exhibirla haría la magia necesaria para él y por extensión para Putin.

La mayoría de los abogados estadounidenses coinciden en que el señor Trump, con su invitación a una intervención clandestina rusa, está violando flagrantemente la ley de Estados Unidos. Por eso es curioso, incomprensible de hecho, que el campo demócrata no esté reaccionando por la vía legal para noquear de una vez a quien pretende derribar a su candidata. Y en esto no hay falta de pruebas, puesto que Trump nunca pidió el apoyo ruso a escondidas; lo hizo en un acto público. ¿Qué es lo que inhibe entonces a los demócratas a denunciarlo? Quizá temen que en esta rabiosa pelea de box, ambos peleadores puedan caer a la lona al mismo tiempo por lo que cada uno sabe del otro.

Internacionalista

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