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México y China son los dos países más mencionados en los debates de la campaña presidencial estadounidense. A nuestro país, los candidatos republicanos lo han utilizado como auténtico punching bag, para explicar los males que aquejan a la sociedad norteamericana.
Es delicado para la imagen de México que sigamos siendo el blanco privilegiado de las críticas y quejas de los políticos. Ya es bastante malo que el público de Estados Unidos escuche cotidianamente que nuestro país es la fuente de la drogadicción de sus jóvenes y nuestros migrantes el factor principal de la criminalidad y hasta de las violaciones —como afirmó en su momento el señor Trump. Siendo Estados Unidos nuestro primer socio comercial y el primer mercado para el turismo nacional, el hecho de que nos presenten bajo una luz tan negativa, a la larga puede lastimar los flujos de inversión, generar rechazo a nuestros productos, inhibir al viajero y hacer la vida más difícil para los paisanos que residen en ese país.
Pero el daño no para ahí. Los debates y las declaraciones que emiten los candidatos no solamente son vistos y escuchados en territorio de Estados Unidos. El perjuicio para la imagen de México está siendo auténticamente global. Estos debates pueden verse lo mismo en Australia que en toda Europa, en Japón o en Brasil. El público que conozca poco de las condiciones y la realidad de México quedará con la impresión de que el grueso de los mexicanos estamos atrincherados en la frontera, esperando el momento en que se distraiga la Policía Fronteriza para cruzar la línea. Podrán pensar que ya establecidos en Estados Unidos, los paisanos se dedican en cuerpo y alma a violar, a matar y a robar. Podrán suponer que los norteamericanos no tendrían un problema de drogadicción si no existiera México como vecino. Apenas esta semana el señor Trump tranquilizó a los electores de New Hampshire prometiéndoles que la epidemia en el consumo de heroína que tiene ese estado se terminará con una gran barda en la frontera que, por fin, termine con el tráfico de estupefacientes desde México. Causa temor imaginarse la percepción que estarán captando los daneses o los chilenos de nuestro país cuando escuchen estos mensajes.
Nadie les corrige la plana. Ciertamente no lo hacen los periodistas que conducen los debates, ni tampoco los analistas o los expertos en estudiar a México. En ningún debate ha salido alguien del público o alguno de los candidatos rivales para enmendarle la plana a Trump y sus demás clones. Nadie les informa que desde 2012 son más los mexicanos que regresan a México que los que emigran a Estados Unidos o que las drogas más duras, como la heroína, entran a ese país desde Afganistán o Turquía, donde abundan los opiáceos.
A fuerza de repetir el mensaje, llegará el día que hasta los mexicanos nos creamos que somos el origen de todas las enfermedades sociales de Estados Unidos y que nuestros migrantes son una especie de cáncer maligno que es necesario extirpar.
Deseo a todos los lectores un feliz 2016, a pesar de que coincida con las elecciones en Estados Unidos.