No es lo mismo para México perder la industria del juguete, como ya ha sucedido, o la drástica merma en los textiles y el calzado, que arriesgar la pérdida de la producción siderúrgica nacional. Este sector estratégico se encuentra en una situación crítica y a la vez paradójica. En momentos en que nuestro país atraviesa por una de sus mejores etapas de crecimiento en materia de construcción y de producción de automóviles, las grandes fundidoras del país podrían cerrar sus puertas ante la competencia desleal que enfrentan por parte del acero de China, en primer lugar, pero también de Rusia y la India. De seguir por este camino, los nuevos edificios y los nuevos vehículos que se produzcan en México estarán construidos con acero extranjero. En vez de contribuir a la cadena de valor, México se consolidará como un país de maquila, con insumos de otras naciones. ¿Es esto lo que queremos para nuestro país?
Mientras que Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea han aplicado aranceles e impuestos retroactivos a las exportaciones chinas de acero, las autoridades mexicanas han anunciado que nuestro país no aplicará ningún recurso de defensa al acero nacional. Resulta extraño que nuestros principales socios comerciales apliquen medidas de esta naturaleza y México mantenga una apertura indiscriminada al acero de países con los que ni siquiera tenemos tratados de libre comercio. La misma OCDE, de la que nuestro país es miembro, ha recomendado aplicar medidas compensatorias frente al acero subsidiado de esos países. ¿Cuál puede ser el razonamiento de México que difiere tanto del resto de los países occidentales?
Lo que se encuentra en juego no es cosa menor para México. La industria siderúrgica contribuye con 650 mil empleos directos e indirectos en la economía nacional. La entrada del acero asiático no significa que se vayan a perder todos esos empleos. La diferencia estará en que quienes fabriquen estufas o coloquen vigas en los edificios lo estarán haciendo con acero de otros países y muchos mineros y empleados siderúrgicos quedarán desplazados de los empleos bien remunerados que el país tanto requiere. Y no es que los acereros chinos sean más eficientes que los mexicanos. La diferencia es que allá se les subsidia para que no detengan las plantas, como ya lo han detectado en Estados Unidos, Canadá y Europa.
La industria acerera contribuye con el 2.1% del PIB nacional. Estamos hablando de una cifra cercana a los 36 mil millones de dólares anuales. Si ese ingreso se llegara a perder y lo sumamos a la merma que implicará la caída de los precios del petróleo, el escenario económico del país para el año próximo se antoja de crisis anunciada.
Como ocurre con tantos otros productos, México no produce suficiente acero para cubrir todas sus necesidades internas. Conseguir el acero más barato en el mercado para cubrir esa demanda insatisfecha tiene sentido. Sin embargo, inundar al país de acero subsidiado o excedentario de otros países, es una vía que han rechazado nuestros principales socios económicos en el mundo. A los chinos, a los rusos o a los indios no les va a sorprender ni parecer discriminatorio que México adopte una práctica que todo Occidente está asumiendo. Si hubiera alguna preocupación política por ese lado, ahí está la respuesta. Frente a una industria de carácter estratégico como es la del acero, México debe anteponer el interés nacional y apostar a que los nuevos edificios y los vehículos que salgan de las plantas mexicanas, sean efectivamente mexicanos.
Internacionalista