Pocas relaciones bilaterales en el mundo son tan paradójicas como la que existe entre México y Brasil. En los últimos veinte años se ha creado una rivalidad artificial e imaginaria. Rayando en el absurdo, los fracasos de un país se celebran como victoria por el otro; al final de cuentas las dos economías más poderosas de América Latina han perdido oportunidades al por mayor. La más importante de ellas, sin duda, es la capacidad conjunta que tendrían para asumir un liderazgo positivo en la región y lograr que Latinoamérica trabajara de manera mejor coordinada y fuese capaz de presentar sus intereses y sus posturas al resto del mundo de forma más eficaz.

El hecho de que México negociara un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos y Canadá fue muy mal recibido entre los círculos políticos y empresariales de Brasil. Este hecho transformó en forma importante la diplomacia carioca. Los sudamericanos desplegaron una política exterior eminentemente reactiva. El primer paso fue circular la noción de que México, para todo efecto práctico, dejaba de ser latinoamericano; le había vendido el alma al diablo. La visión del presidente Salinas de que estábamos en los umbrales del primer mundo y nuestra posterior salida del Grupo de los 77, fue aprovechada por los brasileños para confirmar su tesis de que habíamos zarpado para siempre de América Latina. Ellos llenarían el vacío dejado por México, afirmando su primacía regional.

Acto seguido, vino la creación de Mercosur, con la intención de establecer una suerte de equilibrio frente a América del Norte. Brasilia, por peso específico, sería el epicentro de ese nuevo mecanismo de integración. Hasta el día de hoy, Mercosur ha tenido poco impacto económico y comercial y, por contraste, mucha resonancia ideológica y grandes anécdotas retóricas. El siguiente paso de Brasil fue buscar socios internacionales de mayor peso. Aprovechando la ocurrencia de un periodista británico que acuñó el término de los BRICS para designar a las potencias emergentes, forjó alianzas con Rusia, China, la India y Sudáfrica. Ese sería el nuevo polo de poder mundial, para hacer contrapeso a Estados Unidos y Europa. Con el tiempo, los BRICS fundaron un banco común para la promoción de negocios con dinero mayoritariamente chino. La debilidad del grupo estriba en que, fuera de contrarrestar el poderío norteamericano, prácticamente carecen de una agenda común. A los cinco les gusta exportar mucho e importar poco, aplicar el proteccionismo a la medida de sus necesidades.

En los próximos días México recibirá a la presidenta de Brasil en visita de Estado. Será objeto del trato más distinguido que pueda ofrecer nuestro país. Zedillo intentó un cambio serio en las relaciones en la etapa de Fernando Henrique Cardoso, siendo la ocasión que estuvimos más cerca de crear una gran alianza de potencias latinoamericanas. Vicente Fox entró en un torneo de popularidad y de ratings con Lula da Silva que volvió a poner el reloj en reversa. Durante el sexenio de Calderón y los primeros años de Dilma Rousseff, se ensanchó la distancia entre ambos países: con un Brasil más simpatizante del discurso chavista y un México que promovió la Alianza del Pacífico —con Colombia, Chile y Perú— para crear un polo distinto de concertación.

A partir del lunes sabremos si la diplomacia de Peña Nieto logra terminar con décadas de sospechas y desencuentros. La realidad es que México y Brasil siguen siendo las dos ruedas de la carreta que mueven a América Latina. Con un poco de sensatez y pragmatismo, los presidentes de los dos países podrían moldear la imagen del Charro Carioca y darle una nueva personalidad a nuestra desdibujada región.

Internacionalista

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