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Después de la derrota legis- lativa para eliminar el Obamacare, el programa de salud de su antecesor, el presidente Donald Trump cayó en la cuenta de que tiene mejores posibilidades de alterar la agenda mundial que la política nacional.
A pesar de contar con mayoría en las dos cámaras del Congreso, está consciente de que sus posibilidades de lucimiento son mayores en el plano internacional que en el local. Cuando se esperaba con ansiedad que presentara su reforma fiscal, de pronto descubrió tres frentes internacionales en donde puede ejercer el poder sin limitaciones.
La Ley de Poderes de Guerra permite al presidente de Estados Unidos que utilice la fuerza durante 60 días sin necesidad de obtener la autorización del Congreso y, entonces, declarar formalmente la guerra.
El secreto de esta ley es que en dos meses se pueden crear condiciones de beligerancia que impidan al Congreso detener una guerra en curso. Trump está aprovechando ese hueco de la ley para abrir no uno, sino tres escenarios de beligerancia simultáneamente. El mismo candidato que prometió que no inmiscuiría a EU en conflictos que no afectaran directamente sus intereses y su derecho a la legítima defensa, ahora tiene frentes abiertos en Corea del Norte, Siria y Afganistán. Para hacerlo, asegura que solamente está siguiendo el consejo de sus militares; lo que ellos consideren que es correcto, él como presidente lo apoyará. De ser esto cierto, parecería que ni él ni sus militares recuerdan lo sencillo que es iniciar una guerra y lo complicado que resulta terminarlas.
El hecho de que a menos de 100 días de haber asumido la presidencia autorice el uso de la bomba no nuclear más letal con que cuentan los arsenales estadounidenses envía la señal de que este gobierno utilizará el poder militar como primero, no como el último recurso. En Siria y ahora en Afganistán, aprobó bombardeos sin acudir al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sin avisarle a sus aliados y sin darle un ultimátum a sus enemigos.
La Doctrina Trump va perfilándose como: primero ataco y después me encargaré de las consecuencias. Así las cosas, no resulta para nada remoto que el siguiente capítulo se empiece a escribir en la península coreana, adonde ya ha enviado el portaaviones y los submarinos nucleares más importantes con que cuenta Estados Unidos en su flota del Pacífico.
La Doctrina Trump consiste en atacar primero e informar después. La diplomacia queda en un segundo plano frente a otros países, lo cual ya ha derivado en un hondo distanciamiento con el gobierno ruso. China tiene los nervios de punta ante la posibilidad de un ataque sorpresa sobre Corea del Norte y una respuesta con armamento nuclear por parte de Pyongyang.
Más allá de cualquier consideración ideológica o de preferencias políticas, atengámonos a los resultados esperados: el bombardeo sobre el Estado Islámico en Afganistán no hará más que recrudecer el terrorismo en Occidente. Está visto que no se requiere más que un camión o un coche para sembrar el caos en Londres, en Niza o en Estocolmo.
En el caso de Siria, debilitar a Bashar al-Assad pone en guardia a Rusia y para nada garantiza que los rebeldes puedan formar un gobierno que termine con la guerra civil o con los grupos terroristas que operan en ese país. Y, finalmente, frente a Corea del Norte, la naturaleza del régimen de Kim Jong-un utilizará este despliegue de fuerza de Washington para comprobarle a su pueblo la sabiduría de contar con armamento nuclear. Trump quizá no se dé cuenta plena de que usar indiscriminadamente la fuerza forzará a sus adversarios a aplicar la misma receta. El escenario que ha desatado no podía ser más preocupante para Estados Unidos y para la paz mundial.
Internacionalista