“Ramón, escribe tus memorias”, “no dejes huérfanos a los jóvenes, de tu reflexión sobre una vida y obra, dedicada a la enseñanza de la filosofía y la poesía en México y la UNAM”, “platícales de tus amigos como Juan Rulfo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Vargas Llosa, y tantos más”.
Mi insistencia en que escribiera sus memorias nunca tuvo mayor respuesta que un “tal vez, algún día lo haga”, forma amable de decirme que no. Yo lo interpretaba como una expresión de esa infinita modestia y sencillez con que se condujo toda su vida, tanto en el medio intelectual al que él y Anita, su esposa, pertenecen, conformado por los inmortales de las letras castellanas, como en la universidad; desde luego, también contaba el peso de su edad, más de 88 años.
Pero yo no habría de ceder en mi propósito. Lo conocía bastante, (más de 40 años atrás cuando su hijo Joaquín y yo nos hicimos amigos en la secundaria), como para saber que era preciso hacerlo hablar de su pasado tan rico en muchas historias personales, a la vez fragmentos de la historia de España y de México del siglo pasado, y que yo había tenido el privilegio de escucharle cuando iba a comer a su casa, mientras fumaba sin parar cigarros Malboro entre dedos amarillentos por la nicotina.
Me fascinaba el tono de su narrativa, su pausada cadencia, su sobriedad y su contundencia. Pero sobretodo me embelesaba la facilidad con que relacionaba unas ideas con otras extraídas de la historia, la filosofía, la política, la literatura y el arte, sus campos de batalla y conquista, por los que transitaba como pez en el agua.
Sin ceder en mi propósito, un día lo sorprendí con una propuesta: “Ya que no quieres escribir tu autobiografía, te voy a entrevistar sobre tu vida y obra; el rector José Narro me ha facilitado el equipo de informática de la UNAM y te vamos a grabar y filmar aquí en tu casa”. Tres días después, cinco técnicos con un equipo que inundó de cables y cámaras la sala de su hogar en San Ángel y yo, estábamos entrevistando al filósofo-poeta como lo describió su amigo Octavio Paz.
Recorrimos desde la etapa de la vida de sus padres en la turbulenta España de fines del siglo XIX y principios del XX, el estallido de la Guerra Civil, hasta su emigración a México y sus estudios en el Liceo y luego en la Facultad de Filosofía y Letras de Mascarones, con profesores como su propio padre Joaquín Xirau y Alfonso Reyes.
Hablamos de los temas recurrentes de su obra poética: el amor, el mar, la soledad, el silencio y Dios, inspirados por Anita y Joaquín, su vivencia mediterránea y su espiritualidad.
Finalmente, y con base en su gran texto “Introducción a la Historia de la Filosofía” repasamos su persistente idea de la triada con la que explica la evolución histórica de la filosofía: las intuiciones creadoras, las grandes sumas y las crisis posteriores, destacando a Platón y Bergson como los dos filósofos que más influyeron en su pensamiento.
Al final de la entrevista (publicada por la UNAM y la editorial Miguel Angel Porrúa, bajo el título “Charla con Ramón Xirau”), le pregunté como veía a México y cual sería el testamento filosófico que dejaría a los jóvenes. “A México lo veo complicado y en transición”, respondió, y a los jóvenes les reiteró lo que siempre les decía en clase: “Lo importante es que cada quien aprenda a pensar por sí mismo”.
Descanse en paz ese enorme humanista catalán mexicano, Ramón Xirau.
Cónsul General de México en Boston