En su cuento “Pierre Menard, autor del Quijote”, el escritor argentino Jorge Luis Borges cuenta la historia de un francés que decidió reescribir el Quijote “palabra por palabra y línea por línea”. Aunque el resultado es exactamente igual que el original, la versión de Pierre Menard es catalogada por la crítica como más moderna y vanguardista. Sin embargo, no siempre lo más reciente es lo más avanzado y el caso de Menard puede invertirse.

Cuando el actual gobernador de Nuevo León declaró que “quien se mete drogas se vuelve loco”, estaba reescribiendo a su manera las palabras del primer comisionado del Buró Federal de Narcóticos estadounidense, Henry J. Aslinger (1892-1975). Conocido por su infranqueable postura prohibicionista, el comisionado declaró sin mucha ciencia de respaldo que “la marihuana es una droga adictiva que produce en sus usuarios locura, criminalidad y muerte.” A pesar del siglo que los separa, las palabras del “Bronco” calcan las de Aslinger con una ligera diferencia; si las palabras del comisionado pudieron haber sido vanguardistas en una época de ímpetus regulatorios, las palabras del “Bronco” parecen anacrónicas y retrógradas en un contexto de legalización.

La noción del “Bronco” sobre la cannabis no es extraña en México. La mayoría de las encuestas coinciden en señalar que la población mexicana rechaza la legalización de esta sustancia. Detrás de este rechazo están preceptos morales, religiosos y familiares. Una sociedad conservadora, que busca proteger sus “valores” y que ha sido enseñada a reconocer en la marihuana una afrenta a ellos. Estas nociones han definido el rumbo de la discusión sobre su posible legalización. En un país católico, el debate sobre la marihuana se ha impregnado de argumentos moralinos.

La sociedad se ha dejado espantar por los guardianes de la “moral pública” que han creado campañas para estigmatizar esta hierba. Aunque el pánico colectivo no obedece a ninguna realidad, el efecto ha sido amplificado por políticos como “El Bronco” que alimentan los prejuicios de sectores conservadores con ocurrencias poco fundamentadas. La consecuencia es que, para fines didácticos, el debate se practica desde las posturas “políticamente correctas”, centrándose en el uso medicinal de la hierba, la homogeneización del sistema legal y en los efectos que tendría una legalización en el crimen organizado. Para aquellos que pugnan por la legalización de la marihuana, ésta resulta la única estrategia plausible para convencer a una población que en su mayoría rechaza su propuesta.

La realidad es que en términos de seguridad pública, el debate es tardío. Una de las grandes desventajas que tienen los sistemas de seguridad y los países al enfrentar a las mafias, es que el crimen organizado se adapta de manera rápida a los cambios, y que por su parte los gobiernos, con sus estructuras rígidas y burocráticas, tardan mucho en cambiar. El resultado es que para la hora en que el Estado decide adaptarse a nuevos contextos criminales, estos contextos ya han cambiado nuevamente. Mientras que México y Estados Unidos empiezan a debatir la legalización de la marihuana, los cárteles de la droga han diversificado la fuente de sus ganancias y ahora sólo dependen marginalmente de esta hierba. A estas alturas legalizar la marihuana tendrá un efecto mínimo en las organizaciones criminales.

Esto no elimina la necesidad de legalizar la cannabis, sino las razones por las cuales debemos hacerlo. El miedo a la “opinión pública” y los buenos modales impide a algunos proponer la legalización simple y sencillamente por razones lúdicas o hedonistas. La frase “para fines médicos si, para fines recreativos no” atiborra la conversación pública mexicana en un ejemplo de pudor y de corrección política. Sin embargo para algunos la razón de la legalización no pasa por preceptos morales, médicos o criminalísticos. Se trata de una cuestión de libertad y goce. ¿Por qué va a decidir el Estado lo que un adulto puede meter en su cuerpo? Sobre todo si se trata de una sustancia que, pese a todos los estigmas, no genera consecuencias peores que las de otras drogas y sustancias que se encuentran legalizadas.

Las razones de la criminalización de la marihuana obedecen más a mitos y calumnias que a realidades. Cuando Henry J. Aslinger comenzó su campaña por la prohibición de esta sustancia, los argumentos que sostenía eran de índole racista. La marihuana era considerada una droga de “mexicanos” y las buenas conciencias estadounidenses juzgaron que prohibirla sería una buena forma de rechazar a los nuevos migrantes. Estos argumentos tuvieron sus efectos en la opinión pública y Estados Unidos decidió criminalizar la cannabis. Desde entonces los estigmas que rodean a esta hierba son muchos, tantos como las razones por las cuales sería beneficioso legalizarla. Pero sobre todos los argumentos existe uno preponderante que a menudo se calla: La libertad del individuo de decidir sobre su propio cuerpo. No una libertad absoluta, pero si una libertad coherente.

Director de Los hijos de la Malinche

@emiliolezama

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