Hace unos meses viaje a Brasil con un grupo de pop de EU; la experiencia fue interesante en más de un sentido. Inmerso entre las fiestas de la élite brasileña, quedé extrañado ante la ausencia de un fenómeno que yo siempre había tomado por dado: la mamonería. En las fiestas en las que estuve la gente bailaba y se reía sin poses ni pretensiones, todos estaban ahí para divertirse y conocer gente. Para aquellos acostumbrados a los antros de la “élite” mexicana, este fenómeno puede parecer incomprensible: en México fiestas y antros no son tanto espacios de diversión como espacios de confrontación y reafirmación jerárquica: ciertamente esto es una ocurrencia común y transversal en nuestra sociedad, pero en el mundo de la élite el fenómeno es amplificado por la figura del fresa: el fresa va al antro a “demostrarse” y por ello debe mantener su pose y pregonar su poder. En el fondo se trata de una expresión más del machismo: el hombre que domina su territorio, sus mujeres y su pequeño coto de mundo.

La mamonería es la actitud antitética de la diversión, pues inhabilita la posibilidad de su prerrogativa básica; la relajación. Si para muchos la fiesta es un espacio de catarsis, el macho-alfa mexicano utiliza ese espacio para ser observado mientras vigila “su mundo” con pose engreída, un vaso de alcohol o un cigarro en la mano y la breve mueca de quien sigue el ritmo, pero jamás se atrevería a bailar. Su rol es el de mantener su pose cool y, a través de ella, demostrar su poder: por eso saluda efusivamente a los suyos, con desdén a los que considera irrelevantes y amenaza o agrede a cualquiera que afecte lo que entiende como su coto de poder. En el fondo, el mundo de la fiesta de la élite mexicana es el contrario al brasileño, pues su objetivo, en lugar de ser expansivo, es insular. Si en la fiesta brasileña los grupos se abren a una catarsis colectiva, la fiesta de la élite mexicana sirve para afianzar la separación: ‘no te metas con nosotros, no te nos acerques, este mundo no te pertenece’.

Lo que empezó como un insulto se ha vuelto un atributo deseable, una aspiración del fresa mexicano; ser mamón es la posibilidad de constituirse como alguien importante a través de hacer sentir a los demás poco importantes. En la cosmogonía del fresa y el mirrey, ser mamón es el primer paso para ganar respeto y autoridad; el proceso parece ir a contracorriente de la aspiraciones más idílicas de la especie: volverse alguien a costa de sustraer esa posibilidad a otro; la denostación como forma de empoderamiento y lo que ello conlleva en la configuración social y el entendimiento colectivo del mundo. Si para ser alguien otro tiene que dejar de serlo, entonces la construcción de lo social se vuelve vertical, depredadora y clasista; o sea México. Después de todo, la idea que legitima al mamón es su concepción de la superioridad, lo que permite el éxito social de la mamonería es una concepción de que el mundo mejora cada vez que se construye una barrera.

Ser mamón sólo puede ser una aspiración en una sociedad donde todos los símbolos de igualdad y solidaridad han quedado mermados por una idea tergiversada del poder. El mamón usa su lenguaje, sus movimientos y sus muecas para diferenciarse de los “otros”; Él es distinto. ¿Por qué? Porque su ausencia de sonrisa, de soltura y de empatía demuestran poder en una sociedad cuya idea de dicho concepto ha sido trastocada por el machismo. En México el poderoso no puede ser genuino ni divertido porque el concepto mismo del poder ha sido construido socialmente por una historia de autoritarismo político, clasismo y, en tiempos más recientes, por una ola de políticos jóvenes que han triunfado con base en la frivolidad. El poder en México siempre se obtiene a costa de alguien más, esa es la historia que cuenta nuestro sistema y en ese sentido el mamón representa su primer nivel. El resultado final es una violencia social recalcitrante: lo que comienza como una mueca dentro de la breve cosmogonía de la fiesta y el antro se traduce más tarde en una mueca o un desdén hacia todo lo que sea distinto.

Analista político.

@emiliolezama

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