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Lo dijo Michelle Bachelet en la Cumbre de la Alianza del Pacífico: “Tengo la impresión de que la crisis de la política es universal”. Su impresión no es errónea, pero es casi demasiado obvia: el éxito político de Donald Trump en Estados Unidos, el triunfo del Brexit en el Reino Unido y el rápido ascenso de fuerzas políticas alternativas son clara muestra de un malestar generalizado con las formas tradicionales de la política. Al gran mito occidental de la democracia como panacea, se ha opuesto una intransigente realidad donde los sistemas son escurridizos, correosos y opacos y las transiciones lentas y no necesariamente ascendentes.
En el fondo, la crisis política mundial es una crisis de las viejas formas de la política; aquellas que hoy se asocian tanto con la simulación como con la corrupción. Ante este desgaste público han surgido dos alternativas. Por un lado los movimientos demagógicos; su éxito yace en la contraposición de una retórica acrobática e imposible pero incendiaria y emocionante, a la aburrida mesura del juego democrático. Por el otro lado, movimientos que se oponen al sistema a través del uso de la creatividad y la exhibición constante de la simulación, éstos catalizan el malestar a través de la contraposición de los símbolos de la política clásica, discurso y forma, con una política horizontal y desenfadada y, por tanto, más asequible para el ciudadano de a pie.
¿Cómo se ha traducido esta crisis global en México? En un desgaste acumulado del quehacer político. Sin embargo, esta coyuntura no es nueva para el país; México es pionero y paradigma de la crisis política; lo que ha sucedido en los últimos años es simplemente el agravamiento de un proceso que lleva al menos 30 años. En las más recientes elecciones estatales, el PRI perdió siete gubernaturas, ante esta fulminante derrota, los sectores más conservadores quisieron hacer una lectura a modo: la debacle del PRI tenía que ver con las posturas progresistas del Presidente. La explicación sólo tuvo éxito en el interior del partido, porque brindaba una tranquilidad que la otra alternativa no: la de saberse poseedor de las herramientas para enmendar el error. Aceptar que una derrota es producto de una política particular es mucho más sencillo que aceptar que se debe a un hartazgo con la esencia misma y la desfachatez de esa política. Ante el primer escenario, los políticos tradicionales saben qué hacer; ante el segundo, lo único que puede salvarlos, y salvar así al país, es su propia desaparición.
A la larga, el diagnóstico es inevitable, pero mientras tanto la prolongación de los vicios que han causado esta crisis conlleva un riesgo. En el mundo las dos alternativas crecen rápidamente; por un lado la extrema derecha y su retórica demagógica —Trump, Front National, Lega Nord— y, por el otro lado, proyectos que replantean la política a través de la creatividad —Podemos, Movimiento Cinco Estrellas—. De las dos alternativas, la segunda es mucho más convincente y deseable. ¿Por qué en México no ha surgido algo así?
La respuesta es sencilla pero devastadora: porque los talentos e inteligencias más honestas han decidido no inmiscuirse en un quehacer tan desprestigiado. Excepciones siempre hay, pero muchos jóvenes entran a la política mexicana únicamente para replicar los vicios de sus antecesores, y por el otro lado, aquellos que quizás no lo harían, dejan el país o deciden dedicarse a otra cosa. El lado positivo es que el mundo está lleno de emprendedores, artistas y científicos mexicanos, el negativo es que el mundo de la política nacional está vacía de liderazgos innovadores. En México la política no es percibida como un espacio desde el cual se puede construir o transformar; y si la política pierde esa facultad entonces está condenada a convertirse en lo que es hoy: el espacio de reproducción de una perversa endogamia, extensible a toda la clase política, con cotos de poder intransferibles.
El problema es que la falta de opciones ante la crisis no elimina la crisis. En algún momento el sistema acabará por encontrarse un tope; la experiencia mundial nos dice que hay dos opciones: demagogia peligrosa o reconstrucción desde lo horizontal. Si en México no existen condiciones para esta segunda opción, ¿cómo haremos frente a la primera?.
Analista político.
@emiliolezama