El mundo del mirrey mexicano se compone de dos elementos principales: la estrechez de su universo cultural (ignorancia) y el aprendizaje adquirido de que el poder aunque sea falso es impune (prepotencia). En situaciones normales esta combinación de antiatributos significaría una desventaja social importante; en México como la meritocracia no existe, los defectos se vuelven virtudes.

La sociedad misma ha construido alicientes para la perpetuación de la cultura del mirrey. Al no retribuir el talento y la inteligencia, acaba casi por ósmosis premiando a la ignorancia y la superfluidad. Para comprobarlo basta ver a la nueva ola de políticos y empresarios que gobierna nuestro país. Atrincherados en su idea de casta han sido catapultados a lo más alto por su posición económica y la endogamia de su pequeño mundo-élite.

La revista The Economist ha señalado atinadamente que “no entienden que no entienden”. Su repertorio nunca buscó el entendimiento o la empatía sino la diferenciación a través de una impunidad onerosa. La clase es (des)ilustrada: porque sólo la ignorancia admite un despilfarro de incultura tan genuinamente ingenuo. Su concepto de poder depende de esta insensibilidad absurda; la lucidez conlleva autocuestionamiento. En ese sentido su mundo carece de libreros; está ausente de ventanas. Habitantes de la casa de los espejos sobreviven sin conocer el exterior por producto de una complicidad irrenunciable. Su poder se mantiene a manera de jenga: algunos son prescindibles, pero en los cimientos si cae uno caen todos.

Los mirreyes y los juniors sólo pueden triunfar en una sociedad que ha desdeñado por completo el valor de la justicia, y la movilidad social. Una sociedad que prefiere defender a mansalva sus dos milímetros de falsa tranquilidad antes que arriesgarla por un posible bien mayor. Internamente el sistema se mantiene por el generoso patrocinio de la indiferencia y la resignación, pero externamente la cosmovisión se vuelve insostenible. ¿Cómo competir con el mundo cuando tus líderes viven de la incompetencia?

Desde el nanocosmos que los permea, entienden el mundo como una extensión de su dominio. Han aprendido —porque así se los han enseñado y nadie ha comprobado lo contrario— que pueden hacer lo que quieran. Su mundo es tan ajeno al nuestro que han encontrado las maneras de contradecir a Newton; en el mundo del mirrey las acciones no generan consecuencias. ¿Cómo construir Estado de derecho bajo el liderazgo de personas que nunca han enfrentado conceptos como la justicia y la igualdad?

Para el mirrey lo que más importa son las formas. Construidos bajo el paradigma de la superficialidad y la territorialidad, entienden el mundo únicamente como una perpetuación constante de apariencias. No bajan la guardia porque necesitan mantener en todo momento su pose. Como consecuencia se sienten fácilmente vulnerados y amenazados; su convivencia con el mundo ocurre desde una constante defensiva. ¿Qué defienden? Nada. Su propia idea del poder; su propia necesidad de saberse relevantes, casi necesarios.

Los Porkys son la culminación más terrible de este fenómeno social que hemos permitido florecer. El mirrey como ostentador de un poder impune y sin contrapesos; de una violencia que no se sabe violenta porque asume que incluso la violencia le pertenece. Los Porkys representan un fracaso cultural doble; el de la sociedad y el del Estado. Muchos se preguntan ¿qué tiene que existir en la mente de un joven para secuestrar y violar a una compañera de escuela?

¿Qué? Un mundo absolutamente tergiversado; un mundo donde el poder es absoluto, la impunidad total y el sentimiento de humanidad nulo. Un exterior únicamente a su servicio; un mundo de machismo; de incultura orgullosa; un mundo en el que unos violadores gocen de libertad, un mundo en el que se les permita escapar e incluso triunfar después de un crimen. Ese mundo desquiciado que se llama México.

Analista político.

@emiliolezama

www.emiliolezama.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses