En solidaridad con París.

Han sido noches largas y oscuras en París. El sábado, la Torre Eiffel se vistió de luto, su larga sombra se plantó como esqueleto sobre el horizonte. París se dio unas horas para tomar respiro del ímpetu luminoso con el que desde hace siglos ha irrigado a la humanidad de ideas e innovación. Un momento de tristeza, de duelo, de reflexión; la ciudad luz se apagó pero no sin antes encender al mundo. Las grandes capitales de occidente fueron poco a poco alumbrándose en tres colores: azul, blanco y rojo. De la Liberty Tower hasta el Cristo redentor, Francia entera brilló por el planeta. Los terroristas quisieron causar miedo y temor en la capital francesa, pero anoche París dejó de estar en Francia; la ciudad se volvió omnipresente, difícil amedrentar al infinito.

Francia ocupa un lugar privilegiado en la historia del mundo. Su revolución sentó la base de los preceptos humanos que rigen al mundo occidental desde entonces. Durante siglos, París fue la capital de la innovación y del pensamiento humanista. Quizás por ello, la cultura francesa se ha presentado siempre como una opción alterna al “american way of life” y sus valores individualistas tan enfocados en la productividad. Si la cultura americana puso al trabajo en el centro de su cosmovisión, los franceses han privilegiado al ser humano. En su sentido más político y filosófico, Francia produjo y defiende los preceptos de democracia, laicidad y derechos humanos que forman el pilar del pensamiento occidental. En su sentido más cotidiano, el estilo de vida francés, defiende los goces humanos, el placer y la convivencia.

Sin embargo, la historia de París no ha sido fácil. Francia es un semillero de ideas, y éstas a menudo se enfrentan, confrontan, debaten. De la contraposición de estos sistemas de pensamiento ha evolucionado el Estado Francés moderno. El París actual ya no puede entenderse únicamente por sus estereotipos; París enfrenta nuevos problemas. La estructura urbana de la ciudad y los problemas de integración social en el país han creado una segregación que ha acabado por marginalizar a las comunidades más vulnerables. París no deja de ser una de las ciudades más hermosas del mundo, pero alrededor de ella se establece un mundo poco identificable con los “clichés” que componen el repertorio de “la ciudad del amor.”

En ese sentido, el periférico que rodea a la ciudad funciona como una especie de foso contemporáneo. Los carriles de alta velocidad protegen a la ciudad del exterior a manera de río. Fuera de los confines del “Peripherique” los guetos parisinos sufren una segregación importante. La “Banlieue”, como es conocida, es una zona de conflicto. Los precios de las rentas aseguran la exclusión de esta población del corazón parisino, mientras que la baja calidad en la educación y los servicios, garantizan su rezago y su permanencia como parte de una periferia que más que un hecho urbanístico, es una constatación de la plutocracia occidental.

Al mismo tiempo que este problema se agrava, el gobierno presenta pocos elementos para analizarlo. En su afán por respetar la laicidad, el estado francés no proporciona publiicamente datos acerca de la pertenencia étnica o religiosa de su población. El gobierno considera esta información privada.

En teoría, esta es una práctica sumamente congruente con los principios ideológicos de dicho país. Sin embargo, en la realidad esto limita la capacidad del Estado de entender sus propios problemas y conflictos internos. Se calcula que alrededor de 5 millones de personas en Francia son musulmanes y alrededor de la mitad de ellos son menores de 24 años. Muchos de estos jóvenes habitan en la periferia de París. Para ellos la vida francesa presenta una paradoja: legalmente son franceses pero nunca se han sentido completamente aceptados por esta cultura. Como consecuencia, algunos grupos se han radicalizado.

A este problema interno se agrega uno externo. El vacío de poder que dejó la retirada norteamericana de Irak ha permitido la proliferación del Estado Islámico: una mezcla de yihadistas y ex-oficiales del gobierno de Saddam Hussein, que han formado una alianza poderosa y auto-proclamado un Califato en parte del territorio iraquí y sirio. Basándose en su interpretación del Corán, este grupo radical ha hecho un llamado a los musulmanes del mundo a unirse a su causa. Para Francia esto representa un problema importante. Sólo un grupo ínfimo de su población musulmana ha acudido al llamado, pero a diferencia de otras poblaciones que han viajado a Syria de otros países, esta minoría en muchos casos posee nacionalidad y pasaporte Francés. Al ser ciudadanos, el gobierno francés tiene dificultades en identificar a estos grupos y detener su flujo entre Irak, Syria y Francia.

Si bien esta doble situación explica una de las razones por la cuál Francia ha sufrido de manera cruenta el embate del terrorismo, esto no justifica de ninguna manera estos actos atroces. La gran mayoría de los musulmanes franceses reconocen el problema social que viven en Francia y sin embargo, condenan de manera categórica la existencia del Estado Islámico. Para ellos, el Estado Islámico es el peor enemigo del Islam, pues busca perpetuar a través de la reacción a  sus actos de terror, la falsa idea de una guerra religiosa entre occidente y el Islam. Esta noción justificaría los actos del EI ante sus posibles seguidores. Como esta guerra es inexistente, el Estado Islámico busca maneras de construirla artificialmente.

El Estado Islámico no es una organización religiosa ni ideológica, sino simplemente terrorista. El terror es absoluto y es celoso de cualquier rastro de humanización; por ello mismo dentro de él no tiene cabida la fe. Sus objetivos pueden ser variados pero su única motivación es el vacío ideológico del odio. Odio a un mundo donde la libertad y el gusto por el placer permiten ir a cenar una noche, a ver un partido de fútbol o a presenciar un concierto de rock. Para los apóstoles del odio, nada puede parecer más aberrante que la libertad. La libertad es la única condición que puede destruir sus preceptos radicales. Del odio sólo se puede salir si existe libertad, por eso su aniquilación simbólica les es tan importante. Pocos países expresan los ideales de la libertad tan bien como Francia. A los mercenarios del odio Francia contrapone tres ideales mucho más poderosos: Libertad, Igualdad, Fraternidad. La Torre Eiffel puede apagarse en un momento de luto, pero mientras estos preceptos existan en la humanidad, la luz de París no dejará de brillar.


Director Los hijos de la Malinche

www.loshijosdelamalinche.com

@emiliolezama

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