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En su participación en el documental "Hecho en México," Santiago Pando hace una interesante reflexión: "La esencia real de la cultura mexicana ha sido la resistencia: Que México viva al lado de Estados Unidos y siga teniendo su propia cara, su propia vibración, es un logro enorme." No hay duda de que México mantiene su carácter e identidad aún en la frontera del imperio más poderoso de la historia. Sin embargo, no es sin daño colateral que se vive en resistencia a espaldas de este monstruo.
Las últimas décadas han visto una explosión de marcas y tiendas estadounidenses que son recibidas con júbilo y algarabía por el público mexicano. Miles abarrotaron la lateral del Periférico sur durante semanas cuando se inauguró el primer McDonalds en el DF en 1985. Para muchos, su llegada al país fue un síntoma de modernidad; El American Way of Life no es sólo símbolo de estar a la moda sino de ser civilizado. Pareciera que conforme más nos parecemos a Estados Unidos más a gusto estamos con nosotros mismos. La lección es simple: si no eres estadounidense, pretende que lo eres. Al menos que estés vendiendo tamales oaxaqueños, la mejor estrategia de venta es un nombre en la lengua de Shakespeare.
Este fenómeno surge de la combinación de dos factores. En primer lugar la admiración acrítica al estilo de vida estadounidense y sus valores culturales. El poder de Hollywood nos ha hipnotizado; relacionamos la prosperidad con lo yanqui, y carecemos de herramientas para cuestionar esta noción porque la misma cultura estadounidense no las tiene. La de ellos suele ser una cultura moldeable pero totalitaria. A este elemento se agrega un segundo. La hegemonía de la cultura pop estadounidense no ha sido desafiada por ninguna otra alternativa viable. México ha sido incapaz de reconstruir un concepto de sí mismo que ayude a mitigar los efectos del neocolonialismo yanqui. La marca "México" carga con una gruesa capa de polvo en el lomo; identificamos a nuestro país con el pasado, rara vez con el presente y casi nunca con el futuro.
La designación de región 4 nos fue otorgada por los creadores del DVD en busca de proteger los derechos de autor. Quizás la terminología que escogieron es desafortunada. Parecería que el país avanza en reversa; si alguna vez fuimos Tercer Mundo, ahora hemos sido degradados a ser región 4. Pero como el concepto nos engloba, en México ha sido adoptado para denotar algo que es "chafa" porque ha sido hecho aquí. En nuestra mofa de "lo mexicano" se revelan nuestros complejos e inseguridades. Esto no es sorprendente; el escritor Jorge Ibargüengoitia lo explicaba de la siguiente manera: "el mexicano es por lo común chaparrito, gordito y prieto ... y se pasa la vida entre anuncios en los que aparecen rubios, blancos y largos , que corren por la playa, manejan carros deportivos y beben cerveza. ¿No es para estar acomplejados?"
Es sólo natural que si la narrativa pública enaltece lo foráneo y demerita lo autóctono, nosotros adoptemos hábitos que nos ayuden a subirnos el autoestima. Cuando los mexicanos van a Starbucks no lo hacen para consumir café sino para consumir una concepción trastabillada del "estatus". Si fuera exactamente lo mismo pero Starbucks se llamara "El Café de la Estrella", no tendría el mismo éxito. Lo mismo es cierto de casi todas las empresas. Imagínense ir a comer chatarra a "Las hamburguesas de don Mac" o comprar computadoras en "La mejor compra". Para una sociedad que ha sido educada bajo la consigna de que lo suyo es menos, tomar café en un Starbucks es el equivalente de ir a terapia. Cuando la cultura propia se debilita, se buscan estímulos ajenos que llenen el vacío. Es un instinto de supervivencia.
Este fenómeno no es exclusivo de México. La cultura americana lo penetra todo, la globalización no es solo una fuerza económica, es una poderosa fuerza ideológica y cultural que aspira a someter todo al modelo americano. Una parte del éxito de este modelo es que da una falsa sensación de libertad, aquella que nace de nuestra reducción a simples consumidores en donde el libre albedrío se expresa, poniéndolo de una manera burda, en elegir entre la Coca y la Pepsi.
Sin caer en la tentación de un nacionalismo xenófobo y parroquiano, sería interesante cuestionar los paradigmas del modelo norteamericano desde un planteamiento propio. Hace mucho que no volteamos hacia adentro, hacia nosotros mismos y nuestra propia historia. La globalización no debe convertirse en una homogeneización de las culturas sino en una celebración de la diversidad. Para ser modernos no necesitamos adoptar sin cuestionamientos un modelo ajeno. Hay que reinventar a México, desde lo nuestro, sin soslayar el importante aprendizaje que tiene que darnos el mundo, pero también sin denigrar lo nuestro. El café no sabe mejor porque esté en inglés. Si el concepto de civilización y modernidad es un Tall Frapuccino en Starbucks quizás nos convenga quedarnos en casa. Uno nunca sabe lo que puede encontrar en su propia casa.