En circunstancias normales el lanzamiento de la campaña de Donald Trump hubiera sido un fracaso rotundo. El evento transcurrió entre lo ridículo y lo vulgar. El precandidato salió a escena desde una escalera eléctrica, al ritmo de una canción de Neil Young, uno de los músicos que más lo ha criticado. Durante su discurso se la pasó hablando de su propia fortuna y dejó en claro su muy particular entendimiento de las relaciones internacionales: “cómo no me va a gustar China, acabo de vender un departamento en 15 millones de dolares a alguien de China.” -dijo el multimillonario. Todo pareció haber salido mal; incluso días después se reveló que muchos de los asistentes habían sido pagados para participar en el evento. Pero en circunstancias anormales, lo ridículo puede convertirse en norma. Lo que empezó como una parodia muy rápido se ha vuelto un peligro.

En su necesidad de adaptarse a la cultura del espectáculo, el periodismo estadounidense se ha ido entremezclando con el mundo del entretenimiento hasta convertirse en un “show”. Debido a su naturaleza híbrida, este periodismo se opone a la cotidianidad; todo debe ser único, extraordinario, y espectacular. Cuando el mundo real no pone de su parte y aporta “acontecimientos”, el mercado los construye artificialmente. El éxito de Trump ha sido facilitado por esta cultura del showbusiness. Donald Trump es un producto de una cultura mediática taquicardica, superficial y preocupada únicamente por la inmediatez del momento. El problema es que si bien es cierto que la cultura periodística estadounidense creó al monstruo, también es cierto que el monstruo resultó un Frankenstein y se ha salido de control.

Concentrados en construir un producto, los medios de comunicación no lograron entrever el potencial político del mensaje de Trump. La prensa estadounidense entendió mal al precandidato republicano; creyeron estar usando a un candidato ridículo e implausible para obtener ratings, cuando en realidad Trump estaba usando la ridícula predisposición de los medios ha dar espacio y cobertura a lo absurdo para lanzar un mensaje peligroso pero serio. Mientras la prensa celebraba su nuevo happening, un verdadero fenómeno político empezaba a fraguarse.

Las propuestas de Trump apelan a un sentimiento real de un sector de la población estadounidense. Un sentimiento que ha existido mucho tiempo dentro de los hogares estadounidenses pero que no había encontrado portavoz en la esfera pública. Constreñidos por su necesidad de donadores, los candidatos republicanos han históricamente evitado estos mensajes a pesar de que saben que resuenan con su electorado. A lo grandes capitalistas no les suele gustar la controversia que pueda perjudicarlos. Pero gracias a su propia fortuna Trump no necesita donadores y por eso ha sido capaz de volverse el portavoz de este discurso nacionalista y xenófobo.

Por ello a estas alturas es irresponsable tratar a Trump únicamente como un fenómeno mediático. Aislado, su discurso pareció tan desubicado que dio ciertas aires de comicidad, pero una vez que el discurso es replicado por millones de ciudadanos, su gracia se convierte en una amenaza. Una vez que Trump ha roto los cánones de la corrección política y  se ha alzado como el portavoz del movimiento xenófobo y anti-inmigrante,  va a ser muy difícil contener la inercia: la narrativa de Trump será adoptada por sus seguidores, como si el hecho de que Trump la utilize legitimara su uso generalizado.

La comunidad latina debe ser inteligente en su manera de enfrentar a este magnate, y defender sus derechos. Trump es un especialista en volver lo evidentemente burlesco en su favor. El mismo candidato que tuvo que pagar a los asistentes de su lanzamiento de campaña ahora está adelante en todas las encuestas. Debemos dejar de alimentar al Frankenstein y dejar que sus horrores caigan por su propio peso.

Director Los hijos de la Malinche

@emiliolezama

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