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Tal pareciera que los climas lluviosos propician el buen rock. Liverpool nos dió a Los Beatles y Londres a Los Who. De igual forma, a finales de los ochentas la escena musical de Seattle estalló como licuadora sobrecargada. Aquel no era el Seattle cool y hipster de ahora, se trataba más bien de una ciudad fría y lluviosa perdida en el noroeste estadounidense. Pero algo extraño empezó a fraguarse en este rincón del mundo. Si en los sesentas Londres había visto el apogeo de un nuevo género musical, en los noventas Seattle se desprendió del lastre aterciopelado de los ochentas y reinventó la música popular: allí nació el grunge.
Su consigna fue sencilla; regresar a la instrumentación básica del rock y agregar un poco de distorsión. Musicalmente el grunge nació como una respuesta a la música blanda y prefabricada de los ochentas. Políticamente el grunge se gestó como la vocalización de las angustias juveniles de la época. Si Fukuyama anunció en 1989 el final de la historia, unos jóvenes músicos de Estados Unidos se encargaron de destrozar su utopía. El grunge se erigió como un grito desgarrador de protesta contra la monotonía del nuevo orden mundial y su consecuencia más palpable sobre el individuo: la alienación. Ese es el tema central del grunge de principios de los noventas; el individuo que ha acabado atrapado en una especie de vacío inter-generacional; el joven que ha sido olvidado en un rincón mientras que sus mayores se deslizan con frenesí sobre el nuevo orden socioeconómico mundial.
Si los sesentas nos dieron a los Beatles y a Los Stones, los noventas en Seattle arribaron con una nueva dicotomía espeluznante: Nirvana o Pearl Jam. Desde la conformación de las dos agrupaciones, el conflicto entre ellas se volvió tan inevitable como su éxito. Lideradas por dos íconos instantáneos, la batalla musical rápidamente se extendió al terreno de las idiosincrasias personales. En una lucha por establecerse como el portavoz de una generación de desadaptados, tanto Eddie Vedder como Kurt Cobain poseían argumentos de sobra para erigirse como líderes. La voz grave y dolida de Vedder canaliza un sentimiento de sombría convivencia con el mundo del afuera: todo lo que Vedder canta suena serio, profundo y dolido. Su tono no admite derroches cómicos o infantiles, sus gesticulaciones son teatrales y exageradas pero no por ello menos precisas. A ello se contrapone el estilo más austero de Kurt Cobain, en él, la voz no necesita aditamentos, su grito desgarrador raspa y aúlla con una fuerza que es potente pero extrañamente vulnerable.
En agosto 27 de 1991 Pearl Jam lanzó su disco debut: Ten. Un mes después, el 24 de septiembre, Nirvana sacó Nevermind. Los dos discos estarían condenados a convertirse en los más importantes de la década. Aunque el sonido y el estilo varía, las canciones de esos dos discos tienen mucho en común. Sus personajes son jóvenes angustiados a punto de desesperación y locura: freaks al borde del suicidio, psicópatas interactuando con sus víctimas y adolescentes perfectamente normales vociferando sus agobios cotidianos. Pero a pesar de su cotidianidad no hay nada de banal en este lamento. El grito adolescente del grunge no está maquillado ni es superficial, más bien, responde a un vacío histórico, sistémico y generacional. Sus lamentaciones pueden ser típicas: amor, alienación, rechazo, pero están ancladas en un contexto que supera al de la autocompasión. Sus angustias parten de lo individual, pero refieren a lo social. Para Vedder y Cobain su música fue un reflejo perfecto de sus propias existencias torturadas.
Catapultados con frenesí hacia la fama, el éxito se convirtió en agobio. Los egos son difíciles de acallar y el sufrimiento de los dos vocalistas se canalizó en una confrontación directa: ante la soledad de los reflectores Vedder y Cobain optaron por la rivalidad sobre la solidaridad. Fue así que se lanzaron consignas y acusaciones que rápidamente se convirtieron en una declaración de guerra. Nirvana argumentaría que ellos eran los originales y Pearl Jam una simple copia. La respuesta de Vedder fue más humorística. Obligados a compartir escenario en varias ocasiones, Pearl Jam abriría los conciertos de Nirvana con una rendición de “Smells like Teen Spirit”, la emblemática canción de Nirvana. En una ocasión, Jeff Ament, bajista del grupo declararía al público: “Acuérdense que nosotros la tocamos primero.”
Sin embargo, la rivalidad también es desgastante. Agobiados por el constante ajetreo de la fama, Vedder y Cobain buscaron recular y aislarse. Quizás por ello tuvieron un último momento de solidaridad y ternura. En 1992, Eric Clapton tocaba una versión emotiva de “Tears in Heaven” sobre el escenario de los MTV Movie Awards. Pero ese día la verdadera escena sucedía abajo, sobre la pista. Allí, Kurt Cobain y Eddie Vedder se encontraron, se abrazaron y, sin soltarse, se fundieron en un baile reminiscente al de una quinceañera con su chambelán. Alrededor de ellos los gritos y los aplausos no iban dirigidos al mítico miembro de Cream, la audiencia ese día atestiguó una escena histórica: los dos grandes del grunge hacían las paces.
Pero si Clapton musicalizó la escena más emotiva del grunge, fue otro músico mítico el que intentó salvar al género. Dos años después, Neil Young tuvo una corazonada de las que a menudo lo embarcan en una nueva aventura musical. Sin embargo, esta vez el sentimiento era de alerta: intentó llamar a Kurt Cobain preocupado de que éste pudiera estar pensando en el suicidio. Fue demasiado tarde: para cuando Neil marcó el teléfono, Kurt Cobain ya estaba muerto. Su nota de suicidio incluía una línea de Neil Young: “es mejor arder que desvanecerse.”
La muerte de Cobain marcaría el fin del auge del grunge. No sólo porque Cobain había desaparecido de la escena sino porque, a su manera, Pearl Jam también se embarcó en un suicidio mucho menos espectacular pero igual de efectivo que el de Nirvana. En 2006, un periodista de la revista Rolling Stone lo describió así: “Pearl Jam pasó la mayor parte de la última década intentado intencionalmente destruir su propia fama.” El mismo exceso de energía que catapultó al grunge hacia los reflectores, acabó por destruirlo en una implosión tan impresionante como su explosión original.
Gracias a ello, Pearl Jam pudo sobrevivir y madurar hasta convertirse en uno de los grupos más importantes de la historia del rock. Sin embargo, como la cultura del espectáculo ama la tragedia y sus finales explosivos, Nirvana ha sido vitoreado como el gran grupo de los noventas. Afortunadamente, la verdad nunca es tan sencilla ni tan hollywoodense: aunque Nirvana conquistó a los medios y a la industria del entretenimiento, la música de Pearl Jam llegó a un grado de sofisticación artística que sus rivales nunca lograron. Sería injusto comparar al Pearl Jam post-Cobain con Nirvana, pero a 25 años de distancia comparar sus dos obras maestras es plausible: Nevermind puede ser altísono y revolucionario pero no deja de ser impersonal, Ten por su parte tiene momentos álgidos y otros superficiales, pero también logra tocar fibras humanas con mucha más maestría: Su canción “Black” es la prueba de ello. “Smells like Teen Spirit” será siempre el himno de la generación y la canción favorita del fan casual del grunge pero “Black” es el himno de los verdaderos sobrevivientes.
Director de Los hijos de la Malinche
@emiliolezama