Sólo he visto a Natalia Lafourcade una vez; fue la noche del 30 de junio de 2012 cuando marchábamos con el #YoSoy132 por Reforma rumbo al Zócalo. Me acuerdo que su mirada me intimidó: no hay nada más desconcertante para un escritor que algo que se resiste a ser leído. Durante algunos minutos marchamos juntos, amparados por la música del grupo de artistas que animaba la noche y por un atardecer que empezaba a encenderse en antorchas y flamas. Luego la perdí entre las sombras de la noche. Mentiría si dijera que era su fan, había escuchado alguno de sus discos y no me parecían mal. Pero todo eso pronto iba a cambiar.

El 18 de septiembre de 2012, tres meses después de ese efímero encuentro, salió el disco Mujer Divina; un homenaje de Natalia Lafourcade a Agustín Lara. Antes de ese álbum, había escuchado las canciones de Lara como quien distraídamente ha oído hablar de la prehistoria: algunas de sus piezas circundaron mi infancia pero únicamente como música de fondo. Por eso cuando escuché el tributo quedé anonadado; Lafourcade no había homenajeado a “El Flaco de Oro”, lo había reinventado. En ese sentido, Mujer Divina es irreprochable, los arreglos son pegajosos y las interpretaciones perfectas: sin profanar su esencia histórica, las melodías acaban por fortalecerse. Un incauto podría fácilmente confundirlas con canciones del año.

Más allá de la perfección musical del disco, el logro de Natalia Lafourcade es de índole histórica: introdujo a Agustín Lara a una generación que sin ella nunca lo hubiese escuchado. En Estados Unidos, Hollywood ha hecho un trabajo formidable de enaltecimiento de su propia historia. Las generaciones jóvenes aprenden de la historia de su cultura popular a través del mundo del entretenimiento y el cine. En México no existen este tipo de mecanismos, y la memoria colectiva suele perderse con más facilidad en su paso de una generación a otra. El resultado es una amnesia colectiva: los grandes músicos y actores del siglo XX mexicano son difícilmente reconocidos por las generaciones jóvenes. Si en Estados Unidos Bob Dylan y Marlon Brando se mantienen como referencias necesarias para la juventud, en México José Alfredo Jiménez y María Félix han tristemente pasado al campo de lo olvidado o lo considerado obsoleto.

Por eso Mujer Divina es un disco tan importante. Más que un tributo, las canciones parecen establecer un diálogo con uno de los compositores más importantes del siglo pasado y, al hacerlo, le dan voz pública en el contexto actual. El efecto es casi literal, el disco posee una cualidad fantasmagórica; Lara parece presenciar la música desde un rincón del cuarto. En su extraordinaria novela Los Ingrávidos, la escritora Valeria Luiselli escribe sobre un personaje atosigado por la obstinada presencia de un poeta muerto hace más de medio siglo. En la novela, el metro neoyorkino funge como una cápsula del tiempo donde los personajes se entremezclan. Algo similar parece ocurrir en Mujer Divina; como si el estudio de grabación hubiese reemplazado al vagón de metro y Agustín Lara estuviese sentado en su piano con un cigarro en la mano. El humo permea la obra y la voz dulce, suave, casi inocente de Lafourcade se reviste de una profundidad centenaria.

Un disco como Mujer Divina debería representar el apogeo de una carrera musical. Cuando ello sucede, la inercia del artista por crear es contrapuesta por una pregunta imposible: ¿Cómo continuar después de la cúspide? Sin embargo, el año pasado Natalia Lafourcade logró la hazaña: grabó un disco igual de perfecto pero de canciones de su propia autoría.

En Hasta la raíz, Lafourcade toma lo mejor de Mujer Divina y lo transforma en algo auténticamente suyo. Al igual que su título, el disco evoca un origen, pero únicamente para explicar un presente. La artista logra liberarse del yugo de su maestro, sin desdeñarlo por completo. El resultado es cautivante: los fantasmas se han ido, pero la esencia sigue allí. De una manera extraña, Lafourcade se ha convertido en la sucesora del “flaco” que enamoró al mundo. Como con él, sus canciones empiezan a ser reconocidas internacionalmente. Hace unos días, Lafourcade obtuvo varios premios Grammy por Hasta la Raíz. El premio es más que merecido, Natalia Lafourcade puede ser reconocida por haber rescatado a uno de nuestros grandes, pero su mérito mayor es haberse convertido ella misma en uno.

Director de Los hijos de la Malinche

@emiliolezama

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