Las explicaciones culturales no siempre son las más acertadas para explicar la realidad. Durante mucho tiempo se volvió parte de la jerga cotidiana achacar nuestros problemas futbolísticos a una cuestión cultural. El argumento era que, por un orden cultural irrevocable, el mexicano no sabía trabajar en equipo, por ello en las olimpiadas solo destacábamos en los deportes individuales. La explicación cultural legitimizaba nuestra mediocridad; no es que seamos malos, es que somos incapaces de trabajar juntos por una causa común. Pero en las olimpiadas de 2012 la única medalla de oro que obtuvimos fue por futbol. ¿Acaso había cambiado la cultura?

El Presidente Enrique Peña Nieto es adepto a este tipo de teorías. Ha insistido varias veces en que el problema de la corrupción es un problema de orden cultural. Recientemente, en el Foro Económico Mundial sobre América Latina el presidente ratificó esta opinión. "La corrupción es un asunto de orden a veces cultural, que es un flagelo de nuestras sociedades especialmente latinoamericanas, y que si realmente queremos lograr un cambio de mentalidad, de conductas, de práctica, de asimilar nuevos valores éticos y morales debe ser un cambio estructural desde la sociedad."

El diagnostico es alarmante, sobre todo viniendo de un jefe de Estado. Entender el problema de la corrupción así puede parecer ingenuo pero también es sumamente cómodo y peligroso. Al llevar la corrupción al campo de lo cultural, el presidente está justificando su inacción; el problema es tan fuerte que está fuera de sus manos. La política no puede actuar contra la idiosincrasia.

Afortunadamente el presidente se equivoca. La corrupción no es un problema cultural sino de Estado de Derecho. Una cuestión que en su nível más básico se explica con un sencillo modelo de costo-beneficio. En México es más rentable corromper que ser honesto. Cifras recientes indican que 93% de los delitos en México permanecen impunes. Si delinquir no tiene consecuencias, entonces actuar conforme la ley se vuelve un lastre. En este marco el costo de delinquir o corromper es tan bajo que pareciera irracional no hacerlo.

Cuando Peña Nieto le explicó al periodista Leon Krauze su teoría cultural sobre la corrupción, este último le dio un sencillo ejemplo que derrumbó los argumentos del presidente: Los mismos mexicanos que aquí no siguen las leyes si lo hacen cuando cruzan la frontera de los Estados Unidos. Si la corrupción fuera un problema cultural entonces la única explicación a este fenómeno sería que estos individuos sufren un trastorno cultural trascendental al cruzar una línea imaginaria. Esto es evidentemente implausible. El mexicano sigue las reglas en Estados Unidos porque entiende que en ese país el costo de corromper es mayor al beneficio.

El asunto no es menor. Estamos a meses de que la Reforma Energética comience a operar en México. Una reforma que prometió ser el motor de la economía mexicana en los próximos años, pero que, aunada a la corrupción, podría convertirse en un catalizador de la desigualdad social que ya existe en el país. Cuándo Krauze le preguntó a Peña Nieto como iba a garantizar que esto no sucediera, el presidente aseguró que el Gobierno estaba listo para aplicar la ley a todas las empresas que participarán en la industria energética en México. "Yo me comprometo a aplicar la ley." dijo.

El Presidente se ha dicho comprometido a hacer cumplir la ley pero hasta el momento no ha dado muestra de ello. Hace solo unas semanas se descubrió un caso de corrupción mayor entre el Gobierno del Estado de México y la empresa OHL. El escándalo funcionó como una especie de simulacro de lo que se viene con la Reforma Energética. Sin embargo, a la fecha, las autoridades gubernamentales y los empresarios inmiscuidos gozan de impunidad absoluta. El gobernador incluso ha respaldado a sus funcionarios. Si nos guiamos por éste y tantos otros casos que suceden en México es imposible encontrar elementos para especular que la tolerancia descarada hacia la corrupción vaya a cambiar en el corto o el mediano plazo.

México ocupa el lugar 106 en el Índice Global de Percepción de la Corrupción y algunos cálculos refieren a que la corrupción le cuesta al país hasta 10% del PIB. Es en este marco en el que comenzará a funcionar una reforma que atraerá el capitalismo más rapaz al país. ¿Cómo evitaremos que el sueño de bonanza de la Reforma no se convierta en una pesadilla de corrupción? ¿Como vamos a crear un sistema dónde cumplir la ley sea más beneficioso que corromper? México no necesita excusas culturales que legitiman la corrupción. Necesita acciones concretas que demuestren un compromiso con la transparencia y el combate a la impunidad. Necesitamos más transparencia, contrapesos independientes y sobre todo un Estado de Derecho. A meses de que la Reforma surta efecto, no hay ningún signo de que se está avanzando en esa dirección. Más bien, todo lo contrario.

@emiliolezama

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