“Lo que da lógica a la narración es una vida y no una estrategia”, dice Juan Pablo Villalobos en su novela No voy a pedirle a nadie que me crea, ganadora del 34 Premio Herralde de Novela 2016 y publicada por Anagrama en noviembre del mismo año en la Ciudad de México y en Barcelona, España. Se trata de una obra estupenda, de humor negro, que juega con la premisa devastadora de que en el mundo contemporáneo no hay lugar para héroes y que las buenas intenciones sirven muy bien para largarlas por el caño.

Juan Pablo Villalobos, que nació en Guadalajara, Jalisco, en 1973, y vive en Barcelona, escribe con soltura inusitada; combina libremente lo que le viene en gana, incluso la autocrítica, y sabe conseguir páginas realmente memorables. Se puede pensar que es un escritor con una sólida formación intelectual que no desdeña ni el lenguaje ni la vida de la calle; de allí debe venir la interesante carga de oralidad que enriquece su novela. En ella, su personaje principal se llama igual que él, es un tipo que obtiene una beca para estudiar un doctorado en Barcelona llevando como eje principal la obra de Ibargüengoitia, tiene además un primo que desde muy joven se dedica a pensar en empresas que nunca lleva a cabo y una novia veracruzana. En sus búsquedas de financiamiento, el primo se asocia con un grupo que nos lleva de sorpresa en sorpresa. Es la parte que le da el carácter negro a la novela que es una de las lecturas que permite.

Encontrarán policías, migrantes de muchas nacionalidades, diversidad sexual, gente poderosa, una ciudad hermosa y pendenciera y entre todo eso, la manifestación del poder del dinero más despiadada que se puedan imaginar. El autor nos lleva paso a paso por estas miasmas sociales y nos demuestra que las formas en que la humanidad se relaciona han evolucionado y que vivimos en un valle, no de lágrimas, sino de porquería llena de bichos con intensa vida propia que nos controlan hasta los más mínimos movimientos. Valentina, novia del personaje, escribe un diario donde da cuenta del fastidio que le provoca el abandono de un novio que la quiere salvar. Tienen que enterarse de lo que pasa cuando ella advierte lo que realmente está ocurriendo y la manera en que está involucrada.

Juan Pablo tiene una madre omnipresente que vive en Guadalajara y que le escribe unas cartas deliciosas, un jefe al que llaman licenciado, muy parecido a todos los jefes del mundo, que cuenta con los servicios del Chucky y de una red infinita de profesionales en varias disciplinas. Juan Pablo Villalobos juega con cartas abiertas y aún así logra arrebatarnos cuanto poseemos. También está Alejandra, una niña linda que se sabe dos versos de Alejandra PIzarnik, hija de Facundo, un argentino típico; Ahmed, un ex banquero inglés que las sabe de todas todas; Jimmy, un italiano simpático y Laia y la otra Laia, que nos acercan a polos opuestos de la vida en esa gran ciudad. Una es una niña rica, hija de un poderoso político; y la otra, una agente de los mossos d’escuadra, un cuerpo policiaco especializado de Barcelona.

Al principio, Villalobos presenta un personaje muy potente, que es alérgico y que debido a la ansiedad que experimenta se llena de ronchas, aparte de tener pesadillas y padecer gastritis. Este aspirante a doctor se va diluyendo mientras Valentina, Laia, Jimmy y Facundo crecen inexorablemente. En cada vuelta de tuerca la novela se vuelve más oscura sin dejar de estar salpicada de humor y de todo lo absurdo que puede ser una vida si no la puedes controlar. Villalobos te lleva por caminos oscuros y te obliga a identificar piezas inesperadas en ese rompecabezas dinámico que es su novela. Comparte nombres de la cultura literaria como Filisberto Hernández, Sergio Pitol o Nelly Campobello; sin embargo, la novela corre perfectamente; proyecta un gran espíritu de provocación que se agradece y gana nuestra admiración. Pocas veces los premios Herralde tienen completa aceptación; quiero decir que algunos lectores nos permitimos disentir de los jurados, pero esta novela está llena de virtudes, desde el corrosivo humor que la navega, el registro lingüístico que es amplio y multiregional, hasta el sentido de su carácter negro que es áspero y decidido. Es una gran novela donde la justicia no se puede explicar con una balanza, de verdad Juan Pablo cuenta una vida y lo hace con sapiencia y sobriedad y por supuesto que No voy a pedirle a nadie que me crea. Pues sí, ni modo que qué.

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