Pigmalión al revés
Título: La escuela de la carne
Autor: Yukio Mishima
Editorial: Alianza Editorial

El mito de la estatua o pintura perfecta ha sido motivo de muchas obras, algunas de ellas magistrales; las más conocidas es el de Pigmalión y Galatea, en Las Metamorfosis, el Pygmalion, de George Bernard Shaw, el filme Mi bella dama, de George Cukor (y una variante un poco más erótica, Pretty Woman), más la cruel versión de Tito Monterroso en La oveja negra, Pigmalión y las estatuas. La derivación más socorrida es la del hombre culto que moldea a una mujer bella, mucho más joven, que al ser refinada prefiere a otro sin que su escultor goce de su obra (en la vida real, la historia se repite casi a diario).

Una novela, traducida apenas hace unos meses, de Yukio Mishima. La escuela de la carne retoma el mito, sólo que al revés: una mujer en la plenitud de su belleza, divorciada, modista exitosa y célebre, se enamora de un (obviamente) apuesto barman de un centro para homosexuales, y no se conforma con seducirlo, entregarse a las (no tan) bajas pasiones que él le proporciona, y lo hace amante de planta, al que presume a su círculo de amistades, otras mujeres también divorciadas, bellas y triunfantes. Así, enamorada, lo lleva a vivir con ella, le paga sus diversiones, la matrícula de una universidad privada, y acepta que algún día la dejará, ya con un destino labrado (eso no se lo enseña, él ya sabe cómo hacerle).

La historia, narrada con lentitud magistral y que permite al lector disfrutar y padecer con estas desventuras, carece de moraleja, pero no de maniqueísmo; pese a la superioridad física, económica, intelectual de la protagonista, es vencida por la arrogancia y belleza física de este Stanley Kowalsky de pacotilla, quien la chantajea, la presiona y convence de que deje que la engañe con una joven de alta sociedad.

La novela, con un inesperado final, tiene sus mejores momentos cuando Mishima, con gran delicadeza, describe los celos de la protagonista, y cuando hace que sus dos personajes principales entablen duelos de ingenio, aderezados con un humor no muy frecuente en sus novelas; las amigas de la protagonista podrían tener un desarrollo más amplio, por ingeniosas y divertidas. Llama también la atención que la novela, de los años 60, sea tan atrevida, moderna, ambigua y desprejuiciada, que carezca de tintes moralistas, y con puntos de vista genuinos para todos los personajes. Y da gusto encontrarse con un libro sin erratas.

Carthage
Autor: Joyce Carol Oates
Editorial: Alfaguara

Otra novela gigantesca de una autora que apabulla con sus temas, sus ideas, su imaginación, pero sobre todo con su visión del mundo; sus personajes, siempre complejos, provocan ideas encontradas y no siempre simpatía, aun cuando sean víctimas ellas mismas; lo más sobresaliente es que demuestra los horrores de la guerra, el abuso de los poderosos, y alerta: el nazismo no ha sido derrotado, aunque se disfraza.

Estado de guerra
Autores: Carlos Illades/ Teresa Santiago
Editorial: Ediciones Era

Ante indefiniciones (de facto, gramatical, de declaraciones) y contradicciones, se dice, sobre todo en editoriales periodísticos y en redes sociales, que en México se vive una especie de guerra civil con miles de muertes (muchas de ellas, circunstanciales); los autores no son imparciales, pero sí contundentes; queda claro que hay una política fallida, pero falta de señalar a muchos culpables y los beneficiarios.

Historia natural de la felicidad
Autor: Juan Carlos Mestre
Editorial: Fondo de Cultura Económica

Se dice que hay dos maneras de hacer poesía: la que busca la belleza, la abstracción para definir, y se basa en la palabra; y la que denuncia, defiende a los desposeídos, asume una posición política y social y busca más la contundencia que la ambigüedad; Mestre es de los segundos, aunque sus poemas son largos, cultos, herméticos y llenos de referencias, y con una incursión en las profundidades del lenguaje.

Palabras liberadas
Autor: Gerardo Guzmán Araujo Pandal
Editorial: De Autor

Muestrario de anécdotas, estampas, relatos breves e historias imaginadas con los que el autor desea perpetuar la memoria popular, que a lo largo de varias generaciones ha sido transmitida de voz viva; no es literato, pero le sobran las ganas de narrar, de recordar y conservar esa atmósfera que resurge, repentina, en medio del caos citadino y ayuda a olvidarlo; fresco, pero necesitaba corrección y cuidado.

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