En la última década, las evaluaciones estandarizadas de logro escolar se han convertido en el referente de mayor importancia para valorar la calidad de los países en materia educativa. Los resultados de dichas evaluaciones sirven para compararse en el ámbito internacional con otras naciones y, en el ámbito nacional, para comparar estados o tipos de escuela. Asimismo, dichas evaluaciones sirven para conocer las tendencias de aprendizaje y saber si se está mejorando o no y, en su caso, cuál es la magnitud del cambio.

En consecuencia, cada vez son más los países que participan en las evaluaciones internacionales (por ejemplo PISA) o, bien, que implementan sus propias evaluaciones estandarizadas (por ejemplo Planea). Podríamos decir que hay un furor desbordado por este tipo de evaluaciones, de las que algunos sectores de la sociedad esperan utópicamente que produzcan grandes cambios en la calidad de la educación.

Las naciones en vías de desarrollo no suelen aprender en “cabeza ajena”. En el caso de las evaluaciones de logro, es común ver que estos países diseñan e implementan evaluaciones similares a las que otros países han abandonado por su ineficacia. Tal es el caso de las evaluaciones de alumnos que se utilizan para valorar (erróneamente) la calidad de los docentes y de las escuelas, así como para incentivarlos, ya sea mediante estímulos económicos o con rankings escolares.

Debido a la ineficacia de las evaluaciones de opción múltiple para mejorar los resultados educativos en Estados Unidos, país que fue pionero en contar con un sistema nacional para seguir el progreso educativo de los estudiantes (NAEP, por sus siglas en inglés), se formó una comisión de expertos en evaluación del aprendizaje conocida como Comisión Gordon, que se dio a la tarea de estudiar las políticas de evaluación educativa para proponer nuevos modelos que superen las limitaciones de estas herramientas. El destinatario del informe Gordon fue el Congreso de Estados Unidos, quien requirió de una opinión informada para cambiar las políticas de evaluación educativa del país.

En concreto, esta comisión de especialistas concluyó que en Estados Unidos hay muchas evidencias de que el solo hecho de informar a la sociedad sobre los resultados de las evaluaciones estandarizadas no ha tenido el impacto que se esperaba. En consecuencia, se propone que las evaluaciones estandarizadas prioricen su función pedagógica, brindando información que ayude a los maestros a mejorar la enseñanza que imparten y a los alumnos a progresar en su aprendizaje. Asimismo, sugieren que los resultados de estas evaluaciones no deben utilizarse para responsabilizar y exhibir a las escuelas, ni para premiar o castigar a los docentes.

Por otro lado, las recomendaciones que hace esta comisión sobre el futuro de las evaluaciones estandarizadas se centran en tres ejes: 1) evaluar habilidades y conocimientos a profundidad, donde los alumnos pongan en acción competencias intelectuales de alto nivel, 2) trascender el formato de opción múltiple a otro, donde el alumno tenga que construir su respuesta y 3) utilizar herramientas informáticas, que tienen una mayor versatilidad para presentar distintas tareas de evaluación a los estudiantes y para calificar sus respuestas. Estas recomendaciones parten del hecho de que los contenidos que se evalúan se convierten en el foco de atención de lo que los profesores enseñan y de lo que los estudiantes aprenden en el aula. Lo mismo pasa con la forma en que se evalúan dichos contenidos, que enseña el tipo de competencia que adquiere el estudiante para contestar, ya sea seleccionando respuestas o construyéndolas.

Estas recomendaciones han sido retomadas en Estados Unidos, por lo que ya se observa un cambio sustancial en sus evaluaciones nacionales. Sin embargo, si analizamos lo que pasa en Latinoamérica (incluyendo México) nos daremos cuenta de que las evaluaciones estandarizadas se parecen a las que se realizaban a principios de los años setenta, cuando se tenían expectativas irreales de las evaluaciones y no existían computadoras personales.

La pregunta que uno se hace: ¿por qué algunos países repiten experiencias fallidas y no aprenden en “cabeza ajena”? Supongo que porque es parte del subdesarrollo que padecen.

Consejero del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación

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