No necesito argumentar por qué es urgente detener y sancionar la corrupción en este país. Amén de las consecuencias tangibles que produce que se roben el dinero público o se trafique con influencias, la corrupción está generando un estado de ánimo que oscila entre la desconfianza y el cinismo. Y también un sentido de derrota que no es sano para nuestra convivencia y, más importante, para construir alternativas viables para salir del atolladero.
Es a partir de este ánimo que se mira con desconfianza las acciones para instalar el Sistema Nacional Anticorrupción (SNA). He escuchado de todo, igual planteamientos analíticos que descalificaciones más viscerales. Entre los primeros se plantea que el Sistema es tan complicado que naufragará en medio de su propia complejidad. También se afirma que el SNA no acierta a dar en el centro del problema, esto es, en los factores que dan origen a la corrupción o que simplemente es inviable en contextos donde gobiernan los virreyes. Cada postura presenta argumentos válidos que constatan que desmontar las piezas de un sistema autoinmune, que se reproduce y retroalimenta es quizá uno de los retos más grandes de nuestra transformación política.
Existe también un grupo de escépticos que basa su postura no en argumentos analíticos sino en corazonadas forjadas en la experiencia. Para ellos, los impulsores del sistema son profundamente ingenuos. Los quijotes que pelean con los molinos de viento mientras en lo oscurito, sin reglas ni criterios, se consuman los nombramientos de las principales posiciones en el Sistema Anticorrupción. Llamativo fue el reciente nombramiento de los titulares de los órganos internos de control de más de cuarenta dependencias de la administración pública federal. Esta atribución le corresponde al titular de la Función Pública, ciertamente, pero hubiera sido deseable que este proceso fuera acompañado por criterios de selección más abiertos y claros, acorde con la demanda que distintas organizaciones han planteado en cuanto a la necesidad de contar con nombramientos idóneos en contextos más transparentes.
Lo cierto es que la operación del SNA encuentra retos formidables, lo mismo que resistencias palpables. Los primeros pueden estar asociados a la complejidad de su diseño; lo segundo se expresa en la propensión de querer capturar a sus instituciones a través de nombramientos a modo de sus titulares. Estos retos pueden restar toda posibilidad de éxito al sistema y pueden dejarnos con las manos vacías, a pesar de todo lo invertido en términos de ánimo, recursos y tiempo.
Con todo, me parece que es la primera vez en la historia del país que el asunto de la corrupción está en el centro de la agenda nacional definido como un problema y no como un dato más de nuestra realidad. Y también es la primera vez que se propone un cambio institucional mayúsculo para intentar contenerlo. A pesar de ello, el escepticismo es grande y el ánimo social no ayuda a construir una expectativa positiva respecto a los resultados de la operación del sistema.
Para avanzar y superar resistencias, el SNA requiere de vigilancia y participación ciudadana. El problema es que se necesita creer para apoyar. Se necesita confiar para participar. Y no se ve fácil echar a andar esta rueda virtuosa si no hay una señal lo suficientemente potente para cambiar la expectativa ciudadana respecto a esta reforma.
Están en puerta nombramientos clave para el Sistema, los enumero: los magistrados que integrarán la tercera sección del Tribunal de Justicia Administrativa; el titular de la Auditoría Superior de la Federación; el Fiscal Anticorrupción. Estos nombramientos constituyen una oportunidad excepcional para mandar una señal de que hay compromiso con el combate a la corrupción. Sin una buena señal que levante el ánimo, la batalla contra la corrupción resultará fenomenal.
Directora de México Evalúa.
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