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Lo hecho en México, está bien hecho. Este fue un slogan que se utilizó con relativo éxito para exaltar la producción de la industria nacional en los años en que la economía mexicana estuvo cerrada al flujo de importaciones. En el curso de unos lustros, la protección que se ofreció a la industria nacional permitió que esta se desarrollara y cambiara el perfil productivo del país. Pero la protección también anidó distintos vicios que hicieron que el modelo resultara insostenible. Desembarazarnos de sus consecuencias nos tomó años y el proceso de tránsito del modelo cerrado al abierto, cuando el gobierno abrió sus fronteras primero al amparo de las instancias internacionales de comercio y luego de diversos tratados internacionales, siendo el TLCAN el más importante, fue muy doloroso para empresas y trabajadores que no pudieron ajustarse con celeridad a las nuevas circunstancias. Al paso de los años, el libre comercio ha transformado a México.
Pero nuestra historia no es la de un cuento con final feliz. México hoy es un país con rezagos enormes en materia de acceso a derechos fundamentales. Con abrumadoras diferencias regionales. Con barreras para amplios segmentos de la población que no les permiten integrarse a actividades productivas y derivar de ello condiciones de vida dignas. El libre comercio nos transformó tanto como pudo. El resto es responsabilidad nuestra. Nuestras dificultades también están hechas en México.
El TLCAN ofreció el marco de certidumbre para que la inversión fluyera con confianza en el país. Pero internamente no hicimos gran cosa para cambiar nuestro sistema de justicia, para dar certidumbre a las transacciones entre particulares dentro de nuestras propias fronteras. Tampoco educamos a los mexicanos con estándares de calidad mundial, ni pudimos atarle la mano a políticos y autoridades, sobre todo en lo local, para que dejaran de hacer uso del presupuesto como botín personal. Fallamos en fortalecer el Estado de derecho y los contrapesos en nuestra democracia. Fallamos en enterrar el México corporativo y de privilegios.
Por eso hoy tenemos una yuxtaposición peculiar de realidades: el México moderno representado por las empresas mexicanas exitosas que están integradas a cadenas de generación de valor globales. Y el México que se quedó atorado en el pasado. El resultado es un país con desempeño mediocre. Un país que logro acomodarse en un “equilibrio triste” que hoy nos hacen presa de un bully que encuentra en nuestras vulnerabilidades la oportunidad para golpearnos.
La embestida de Trump contra el país hace que ese equilibrio se tambalee. Si cambia las reglas de intercambio comercial entre los dos países como ha amenazado, el país va a sufrir. Si sigue con su ofensiva antiinmigrante, México tendrá que hacerse cargo de sus consecuencias.
Pero hay un riesgo todavía más grave que las amenazas planteadas por Trump. Que nos equivoquemos en la respuesta. Que ofendidos como estamos por su beligerancia, optemos por un patrioterismo sin sustancia. Que en lugar de exigir con firmeza que se avance en las reformas con potencial de cambiar a México (educativa, anticorrupción, por mencionar dos de ellas), cedamos para no debilitar más al Presidente en aprietos. Más preocupante sería que la presencia de un enemigo externo, postergue la discusión sobre la agenda doméstica que debemos atender sin dilación (el tema del gasto público, por ejemplo).
También es un riesgo la tentación de plantear un retorno al México protegido, al del nacionalismo económico que ve como amenaza al exterior. En la semana se escucharon expresiones al respecto como si en realidad fuera una opción. Sustituir importaciones, boicotear empresas extranjeras, son parte de una retórica que nos puede confundir.
Lo cierto es que para bien o para mal, estamos atestiguando el fin del equilibrio mediocre. Se abre la disyuntiva: tomar el toro por los cuernos o caer en las trampas que atorarían de manera definitiva nuestro desarrollo.
Directora de México Evalúa
Twitter: @EdnaJaime @MexEvalua