México vivió ayer un aniversario triste. Este sábado se cumplió un año de la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, Guerrero. Con ese tiempo de distancia, en el que la indignación no ha dejado de crecer y la desconfianza en las instituciones persiste, habría que poner en perspectiva este caso, que sigue abierto, y despojarlo de todo tinte político e ideológico para exigir, una vez más, un pronto y puntual esclarecimiento de los hechos, pues esta tragedia, que en primera instancia lo es para los familiares de los 43 jóvenes, supone también una desgracia para todo México.

Por ello, a 365 días de ocurridos los terribles hechos de Iguala tendríamos que volver al comienzo, al punto inicial de una investigación que si bien ha contado con la participación de personajes de probada capacidad, enfrenta por justas razones serios cuestionamientos dentro y fuera de nuestro país. En este sentido, a la hora de emprender, como se ha sugerido que ocurrirá, una nueva indagatoria, lo primordial ha de ser brindar certezas jurídicas y técnicas, primero que a nadie a las familias de los normalistas, pero también al conjunto de la sociedad y a la comunidad internacional.

Porque la desaparición de los 43 normalistas ha removido, quizás injustificadamente, casi toda noción positiva de México en el extranjero, y ha generado una percepción de caos y ausencia de Estado de derecho en nuestro país, lo que a su vez ha producido un fuerte y creciente descontento social, y puesto en duda al conjunto de instituciones de justicia del Estado mexicano.

Es por esto que se hace necesario hacer un alto y preguntarnos: ¿es todo México únicamente la tragedia de Ayotzinapa?, ¿son los hechos de Iguala el reflejo de una realidad delincuencial, de injusticia, de impunidad y de corrupción mucho más amplia, o sólo el lado bárbaro de un país en pos de la democracia, el desarrollo y la modernización?, ¿se trata, como dicen los inconformes, de un crimen de Estado? Cada uno podrá responder a su juicio estas preguntas, sin embargo sólo una investigación cabal, transparente, multidisciplinaria, avalada por todos y que devenga en respuestas claras, las habrá contestado plena y objetivamente.

Ayotzinapa es sin duda un parteaguas en la historia moderna de México. Por esa razón, no se trata ya de buscar simplificaciones maniqueas que culpen a este o a aquel. La brutalidad de estos hechos nos confrontó con la dolorosa realidad de que el México oscuro y salvaje es aun palpable y vive en nosotros mismos. Queda ahora que haya apertura de los escépticos e inconformes, y propuestas de los familiares, de los expertos y del gobierno mismo. En la plena resolución de este caso la imagen de México ante el mundo está de por medio; de lo contrario será un lastre por muchos años.

Porque, para bien o para mal, hoy los 43 estudiantes desaparecidos hace un año se han erigido en un poderoso símbolo social que marcará a este gobierno, y también a toda una generación.

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