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Las mujeres aportan poco más de la mitad del trabajo mundial, pero ganan por ello 24% menos ingresos que los hombres, de acuerdo con Naciones Unidas. La discriminación sobre la mitad de la población probablemente sea el lastre más difícil de erradicar, porque sus raíces corren a lo largo de tradiciones, estructuras institucionales y cultura.
De acuerdo con la encuesta que hoy presenta EL UNIVERSAL, nueve de cada diez mujeres en México se perciben discriminadas. A la cabeza de sus preocupaciones, con 88% de las menciones, está la desigualdad en el ingreso. Adicionalmente, cinco de cada 10 mexicanas consideran no tener las mismas oportunidades profesionales que los hombres, y 40% opina que no hay igualdad ante la ley.
Más de la mitad de las encuestadas piensa que las mujeres tienen salarios más bajos que sus compañeros hombres, 43% dice que ellas tienen menos libertad al momento de trabajar, y tres de cada 10 creen que las mujeres tienen menos oportunidades para encontrar un empleo en el país.
Lo que estas cifras revelan es la existencia de un sistema que se conforma con permitir los elementos más básicos de la equidad —igualdad ante la ley, cuotas de género en cargos públicos y discursos indignados en actos públicos—, pero que no ha sido eficaz en atacar los detalles más graves, como la desigualdad salarial. Dentro de los márgenes de maniobra que permite el ámbito laboral, el machismo logra imponerse ahí donde no hay controles de la autoridad.
Dos caminos pueden tomarse a partir de la revelación de estas cifras: emprender políticas públicas con metas claras para revertir el problema, o continuar por el camino fácil de la indignación discursiva.
¿Cómo influiría en el desarrollo social un aumento de los ingresos de las mujeres y por tanto de las familias en general? Permitiría, entre otras cosas, que las familias que antes solo enviaban a la escuela a sus hijos varones manden también a sus hijas. En Marruecos, por ejemplo, ese cambio incrementó de forma exponencial la escolaridad femenina en una década.
Las mujeres pueden acceder a ingresos derivados de actividades económicas o mediante subsidios focalizados, lo cual genera efectos positivos en el bienestar de todo un grupo social. En Ghana, la proporción de bienes y la parte de tierras de propiedad de las mujeres están asociadas con gastos más elevados en alimentación. En Brasil, los ingresos de las mujeres tienen un efecto positivo en la talla de su descendencia (como consecuencia de la alimentación).
En suma, la falta de equidad entre hombres y mujeres es un síntoma de subdesarrollo que México no puede permitirse. Resolver la desigualdad económica sería el comienzo de un círculo virtuoso en beneficio de todo el país.