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La década de los 80 en México se caracterizó por la elevada inflación; el índice entonces era de dos y de hasta tres dígitos; en 1983, 1987 y 1989 llegó a superar el 100%… y así siguió hasta que en 1993 al Banco de México se le otorgó autonomía y se le encomendó la tarea de tener bajo control la inflación. Ese último año la tasa fue de un dígito, aunque por poco tiempo, pues tras el llamado “error de diciembre” (de 1994), los niveles volvieron a los dos dígitos en 1995. Pasada la turbulencia, al inicio del milenio, los índices han vuelto a ser de un dígito y en constante descenso, aunque se han presentado ligeros altibajos.
El punto principal que ha contribuido al control inflacionario han sido las gestiones de los gobernadores del Banco de México. El banco central dejó de ser la “fábrica de dinero” del gobierno en turno para ceñirse a lo que le marca la Constitución y conservar el valor de la moneda.
En sus 23 años de vida autónoma tres personajes han estado al frente: Miguel Mancera Aguayo, Guillermo Ortiz y Agustín Carstens, quien ayer anunció que en julio de 2017 dejará de estar al frente de la institución.
Ante la noticia, de inmediato, analistas y expertos han hecho énfasis en la necesidad de que el relevo tenga el perfil adecuado, para que se cumpla el requisito quizá más importante que requiere la economía de cualquier país: la confianza en quienes están al frente de las decisiones.
El clima en que se da el anuncio en el Banco de México no es en absoluto el mejor. El resultado de las elecciones de Estados Unidos, el factor más cercano y el de mayor riesgo, pinta nubarrones sobre la economía que requerirán de un manejo adecuado del gobierno federal, en específico la Secretaría de Hacienda, en conjunto con las decisiones de política monetaria del banco central.
En medio de la incertidumbre, la noticia no es buena, pero los 23 años de acertado manejo por parte de Banxico deben dar certeza de que el trabajo seguirá en ese sentido.
No será fácil encontrar a alguien con el prestigio internacional que acompaña a Carstens, pero hay excelentes candidatos a sustituirlo, lo cual debe dar tranquilidad a los mercados.
Pero es cierto que si el gobierno federal ya tenía presión por las demandas de las agencias calificadoras, que habían solicitado reducir el nivel de deuda, se agrega esta otra que exigirá una escrupulosa selección alejada de amiguismos y favoritismos para privilegiar el prestigio y la pericia comprobada de quien resulte el relevo... tal y como lo exige la situación actual.