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Uno de los más grandes temores, cuando sucedieron las elecciones estadounidenses y ganó sorpresivamente una rama de la derecha extrema, era el ejemplo que la democracia más representativa daba al mundo. Que otros países siguieran ese ejemplo; que pensaran que era permisible la adopción de medidas políticas extremas y xenófobas en contra de la migración, de la diferencia, de las mujeres, de la democracia. En suma: en contra de los derechos humanos.
Los temores no eran infundados. La democracia estadounidense ha influido en el mundo entero por muchos años. Si ahora el país de las instituciones robustas, aquel que luchó en contra de la tiranía del nazismo y que enseñó a Tocqueville que la democracia también se construye a golpe de sentencias, permitía algo como esto hoy, en el siglo XXI, era una muestra de permisibilidad que abría las puertas a los extremismos más radicales de nueva cuenta. Sólo se esperaban para corroborar tan terrible desenlace los resultados de las elecciones francesas. Otro de los grandes influyentes de la agenda de la política mundial.
A caballo pasado, se dirán que los resultados obtenidos eran los esperados. Sobre todo en un país que ha sido por tradición y por convicción republicano y que ha defendido a lo largo de los siglos la libertad y la igualdad de los individuos. Pero lo cierto es que los resultados no eran los esperados por los analistas políticos, ni por los escépticos de la democracia moderna. Estos veían dentro de las elecciones un claro triunfo de Marine Le Pen, y por mucho. Sobre todo, por la edad de Emmanuel Macron, su supuesta falta de experiencia, su docilidad ante ciertos problemas que angustian a Francia, como la economía, la migración y la falta de empleo. Todas ellas, sin lugar a dudas, razones también tildadas de conservadurismo. Es decir, que con estas elecciones los conservadores perdieron por partida doble: los pronósticos y las elecciones.
Sin embargo, como han dicho los periodistas del El País, “Europa respira de nuevo”. Y efectivamente necesitaba respirar de nuevo después del revés que recibió con el Brexit y las crisis económicas. Es importante que Europa respire democracia de nueva cuenta, que se vuelva a dinamizar la discusión y la prevalencia de los derechos humanos. Sobre todo en momentos en los que el Continente Americano presenta claros ejemplos de falta de cordura política que tan poco ayuda a la estabilidad de las instituciones y, fundamentalmente, de la democracia (pensemos en Venezuela).
En un mundo cada vez más globalizado, en el que todos estamos más cercanos que nunca, las elecciones francesas no pueden ser tomadas como una victoria para los franceses nada más, sino para el mundo entero, que nos permite volver a tener confianza y optimismo en que la insensatez política no siempre gana y que la democracia y los derechos humanos aún siguen siendo válidos.
Embajador de México en los Países Bajos