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Hubo una época en la que el mundo estuvo plagado de líderes. Todos, juntos, hacinados en un mismo momento de la historia. En la política, en el arte, en la música, en la intelectualidad, en la academia, siempre encontrábamos alguien que destacara o persuadiera o propusiera. Parecía que el mundo hervía de ideas y de progreso. Fue la época en la que el mundo se dividió después de la Segunda Guerra Mundial; comunistas y capitalistas. En la que, en el nombre de dos ideologías, los genios combatían por un mismo ideal: la libertad de todos y una versión mejor del mundo.
Estaban todos juntos en un mismo momento: Kennedy, Malcolm X, Luther King, los Beatles, The Doors, el Che Guevara, la guerra de Vietnam, el hombre en la luna, el movimiento estudiantil. Fue una época en la que comenzaron terribles dictaduras en América Latina: la de Trujillo en República Dominicana, la de Pinochet en Chile, más tarde la de Argentina, la guerra del Yom Kippur. Había muchos problemas. El mundo se sacudía. Pero todos sabíamos que de una forma u otra había líderes en el mundo. Algunos morían pero dejaban legado, otros seguían y construían, otros más no paraban de dar solución a los problemas.
1973 fue un año en el que todos, los que éramos jóvenes también, o más, nos sentimos sumamente solos. Ya habían asesinado a Kennedy, a Malcolm X, a Luther King, al Che Guevara. Y fue el año en el que perdimos también a los tres “Pablos”. Ese año murieron Pablo Neruda, Pablo Picasso y Pablo Casals; murió el Pablo poeta, el Pablo pintor y el Pablo músico. Los tres “Pablos” que llenaron nuestras vidas de ideas, de sueños y esperanza. Y el mundo, así, parecía quedarse sin sus genios.
Ahora el mundo parece estarse quedando sin ellos también. Sin esos hombres de Estado, sin esos hombres de justicia, ni ese sentido de creación. Dos de los que quedaban, se van de distinta manera. Barak Obama, un hombre que siempre pensé fuera de su época. Un hombre que supo defender sus ideales a pesar de las críticas y de los embates. Íntegro en sí mismo, en su vida y en su carrera. Consecuente entre lo que dice y lo que hace. En política uno no siempre logra lo que quiere, sino lo que puede. Lo que importa es intentar. El otro es Fidel Castro. Que sin ser defensor de sus ideales, sin abrazar su política, puede uno decir que fue de esos hombres que logró cambiar al mundo. Trastocarlo y modificarlo de una manera en la que pocos pueden hacerlo: bajo su propia idea de la justicia.
Este último año me ha hecho sentir como aquel de 1973: desolado y angustiado. La democracia parece estar en un estado de fragilidad sin igual. La libertad del hombre ya no se restringe a través de fuerzas estaduales, pero sí a través de otra clase de mecanismos menos burdos o menos notorios, pero igual de efectivos. La economía parece generar más desigualdades que nunca antes en la historia. El mundo requiere soluciones nuevas, creer en sus instituciones, luchar por lo que se ha conseguido hasta ahora, que no es poco ni es trivial. Seguimos un poco como en aquella época: con los problemas y sin “Pablos”.
Presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México