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Hoy se cumplen 22 años de la muerte de José Francisco Ruiz Massieu. El haberlo conocido fue un privilegio y una experiencia en todos los sentidos. Hombre pragmático, inteligente, enemigo férreo de los dogmas, francófilo, admirador fiel de Mitterrand y de Felipe González, devorador de libros, progresista, liberal, político e intelectual.
Todos esos adjetivos caben en su nombre, todas esas facetas describen su vida. Pero sólo fue un sustantivo el que movió la maquinaria de su inteligencia: la justicia, la justicia como un imperativo social.
José Francisco fue un hombre de intereses avanzados para su edad y para su época. Ya desde la preparatoria, en el Centro Universitario México, iniciaba debates y fundaba periódicos. Mientras los intereses de algunos de nosotros estaban en el baloncesto, o en las técnicas para meter goles, Ruiz Massieu debatía en las páginas del periódico que él había fundado, el legado juarista en nuestro país. Debatía sobre la figura de Juárez en México y sobre el liberalismo que éste profesaba.
Quien conoció a Ruiz Massieu, sabe que no exagero. Durante sus épocas estudiantiles José Francisco vivía de la reducida mesada que su padre, un médico de provincia, le enviaba mes con mes y con toda puntualidad. Con ella pagaba la renta de un pequeño departamento cercano al antiguo campus de la Universidad Iberoamericana y sus comidas, las que en ocasiones tenían que ser sufragadas por sus amigos, ya que casi toda su mesada la gastaba en libros. Leía en promedio tres libros a la semana. No había mesada estudiantil que pudiera cubrir el apetito de ese intelectual en ciernes.
Desde entonces Ruiz Massieu perfilaba para ser un francófilo absoluto, en lo político y en lo cultural. Era un amante de las costumbres francesas, de la vida que corría por los pasajes de su historia y de su actualidad política. Fue lector atento de todos los autores de la ilustración. Sabía y conocía desde Montesquieu, pasando por Voltaire, hasta Rousseau y Diderot. Las lecciones fueron grandes y fueron construyendo el ideario político que concretaría más tarde en su natal Guerrero. Como todos los liberales franceses, Ruiz Massieu fue un convencido de que la razón es la única receta para que un país pueda alcanzar el progreso. La razón y las alianzas.
Así fue como, sin dudas ni aspavientos, definió su agenda política: sumándose a las filas de un liberalismo de izquierda muy a la francesa; como el que defendió François Mitterrand. Su modelo de política y de gobierno siempre, de principio a fin, fue un reflejo de la política francesa.
En la facultad se distinguió por su clara inteligencia y su agudeza como abogado, en ocasiones socarrona y en otras, sarcástica. Fue el primero de nuestra generación en promedio y el primero en obtener el título; lo obtuvo en el año de 1969. La premura, en este caso, trajo premios. En una época en la que no era muy popular estudiar fuera del país, consiguió una beca para estudiar en Europa. Así fue cómo termino, con una limitada beca de la UNAM, estudiando en la Universidad de Essex.
Sin duda también fue precoz en lo político. A los 25 años fue Jefe de Orientación y Servicios Jurídicos de la vivienda obrera (ahora Infonavit). En ese lugar logró marcar su rumbo social y relacionarse con personajes como Silva-Herzog, Antonio Carrillo Flores o Hugo B. Margain. Nombres que lo seguirían por siempre en su carrera política y marcarían su andar.
La década de los 70 fue para él crucial, durante esos año fundó con Carlos Salinas una organización civil que se llamó “profesión revolucionaría”. Eso lo llevo a escribir editoriales para diarios como Novedades, en los que se ocupaba de los problemas de ese México moderno de la década de los 70. Y a los 39 años de edad busco la candidatura para ser gobernador de su estado; nuestro Estado.
Su destreza como hombre fue la de saber conjugar su calidad de intelectual y de político comprometido al mismo tiempo. Si no fuera por estos ejemplos breves de su vida, no se comprendería a cabalidad la leyenda que dictaba el ex Libris de su biblioteca: “El ingenio deslumbra, el genio ilumina”.
Su premura se notó en el tiempo y en su obra, y es una de las cosas que más me duelen. Pepe fue prematuro en todo: en los debates, en las ideas, en los estudios… pero, desgraciadamente, también en la muerte.
Presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México