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Estamos a unos días de que el Constituyente de la Ciudad de México comience sus labores. Sobra decir que este es un evento sumamente importante para la capital del país. En efecto, ha habido quienes critican la posibilidad de una Constitución capitalina, diciendo que, en realidad, ésta será una ley reglamentaria y nada más. De igual forma, hay quienes le atribuyen un valor mucho mayor al que jurídica y políticamente le corresponde. La consideran como el estandarte que finalmente arreglará todos los problemas de la Ciudad; como la brújula que guiará el porvenir. La realidad es que se requiere mucho más que una Constitución para lograr ésto; por lo menos, comenzar a respetarla y aplicarla.
Independientemente de estas posturas, las cuales no comparto del todo (la Constitución no será una ley secundaria pero tampoco será por sí misma la respuesta a nuestros problemas), tengo la responsabilidad de recordar a los constituyentes de la Ciudad que en la redacción de una Constitución no se debe reinventar todo, y se deben resistir los impulsos de modificarlo todo.
En ocasiones se cae en la tentación de querer innovar a través del cambio radical. Cuando se tiene el poder de la pluma, y todavía más, cuando esa pluma está por definir las reglas del juego en una de las ciudades más importantes de mundo, el ímpetu será por modificar, cambiar o reestructurarlo todo. No puede haber peor error, ni perspectiva más insensata, que la ingenuidad de pretender reinventar una ciudad a través de un texto político-legal.
Considero necesario recordar al Constituyente las muchas cosas que ya funcionan, que tienen razón de ser, y que el cambio constitucional no debe venir por ahí, a riesgo del fracaso. Por supuesto que la innovación no vendrá en una modificación estructural del aparato estatal, sino en los rincones de éste; en la letra menuda. Por ello, debemos tener cuidado y pensar bien las cosas. Hay un ejemplo que podríamos tener en cuenta; ejemplo que han sido tema de debate en varios foros.
Este ejemplo tiene que ver con la independencia y autonomía judicial. Ciertamente, muchos pensarán que este es uno de los pilares del moderno Estado liberal y que el Constituyente no sería capaz de modificar o anular la independencia judicial, incluso, sólo por respeto a la clásica teoría de los pesos y contrapesos. Sin embargo, la independencia judicial se puede ver afectada de muchas maneras, más allá de su reconocimiento explícito. Una de ellas se encuentra en uno de esos rincones de la estructura que refería antes: la designación de jueces y magistrados. Si esta se somete a la facultad de la Asamblea Legislativa; esto es, que los partidos políticos designen a los jueces, la independencia judicial verá su fin.
Los que argumentan que éste sería el mecanismo para someter el proceso de selección de jueces y magistrados a la teoría de pesos y contrapesos, se equivocan. Esta sería la forma más sencilla, útil y perversa de someter a los jueces a los intereses y a la voluntad de la política partidaria. Con ello se eliminaría de inmediato cualquier contrapeso y, como es lógico, cualquier resabio de la independencia judicial.
Las reformas que se han propuesto desde el Tribunal Superior de Justicia y que han sido impulsadas por el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, en materia civil, familiar y mercantil, han sido para impulsar la oralidad y la simplicidad de los procesos, las cuales ya están marchando con sumo éxito. Cambiar eso desde la Constitución en nombre de la innovación, sólo lograría afectar lo que está bien hecho, para comenzar una formula no probada que además implicaría gasto y comenzar de nuevo; un esfuerzo humano y económico que no tendría razón de ser.
Recordemos que la historia no sólo es el vehículo que nos da noticias sobre el pasado, sino también es el portafolio de la experiencia. La historia no sólo son hechos de hace miles de años, también es historia nuestro pasado inmediato. La innovación debe primero estar sometida al baremo de lo que históricamente ha funcionado y de lo que históricamente ha sido un fracaso. No hay peor ceguera que la que se niega a ver, ni mayor ingenuidad que la de la innovación sin conocimiento. Hacer una Constitución es cosa seria, esperemos que así se entienda la tarea.
Presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México