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Tendemos a desdeñar la importancia de las instituciones públicas, sin recapacitar en que son ellas las que dan sustento y armonía a la democracia. En México, la democracia se ha traducido en una cuestión de personas y partidos. Esta es una forma terrible de equivocar el rumbo. Las personas son pasajeras y los partidos políticos son únicamente participes dentro del juego democrático. Pero los elementos que realmente alimentan, fortalecen y aportan eficacia a la democracia son las instituciones públicas.
Contar con instituciones estables, sólidas, y legítimas, no puede depender de una sola persona. No puede ser una cuestión pasajera. Una institución no construye su legitimidad a partir de la administración en turno, sino de su historia y actuación diaria a lo largo de los años. Hacer depender la legitimidad de una institución en el reconocimiento, errores o aciertos de quienes las encabezan es golpear en los peldaños que nos permiten, precisamente, la crítica.
Uno de los elementos centrales de la democracia, como todos sabemos, es, sin duda, el consenso; el resultado de un ejercicio deliberativo para llegar a un acuerdo entre partes que piensan distinto. Sin embargo, la capacidad de disenso que puede ejercer la ciudadanía es igualmente importante. El consenso no necesariamente se encuentra sólo en el centro de la democracia, sino que va acompañado de la posibilidad del disenso. Pues es éste el que nos permite evaluar a una democracia como sana o defectuosa. Sin la posibilidad de disentir, difícilmente podríamos decir que una sociedad es democrática.
Tanto el disenso como la crítica se deben a la existencia de instituciones públicas que las fortalecen, las alimentan y crean las circunstancias que las posibilitan. Este equilibrio, entre consenso y el disenso, implica que la decisiones democráticas no sólo se construya a partir de la elección mayoritaria, sino también, y primordialmente, a partir de la construcción de instituciones públicas confiables.
En México estamos cayendo en la trampa de, queriendo robustecer la democracia, denostamos las instituciones que la hacen posible. La posibilidad del disenso, recordemos, es gracias a la existencia de instituciones y, necesariamente, de las personas que las representan. Ellas fungen una labor importante, pero no constituyen la institución en sí misma que es la que hace a la democracia posible.
Presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México