Hace un par de meses, Miguel Ángel Mancera envío a la Asamblea Legislativa un importante proyecto de iniciativa de ley en materia de mediación. En ella propone la creación de una figura que se denomina “mediador comunitario”. Se trata de una persona entrenada y capacitada para proponer remedios alternos al Derecho frente a problemas cotidianos en nuestras comunidades. El propósito del jefe de Gobierno es tan noble como la justicia misma.

No hay conflicto, por menor que sea, que no pueda aspirar a ser atendido y resuelto por el Estado. La perspectiva del jefe de Gobierno es interesante desde la perspectiva del Poder Judicial, pues presenta una idea de la democracia que lo incluye y lo reconoce como parte de él. Es común encontrar a aquellos que consideran al Poder Judicial como institución extraña a la actividad democrática. Con esta iniciativa, que permite tener terceros imparciales buscando alternativas en la solución de conflictos que surgen en las distintas comunidades de la Ciudad, Mancera deja claro que la democracia y el Poder Judicial son eslabones también inseparables y que forman parte de un todo.

La iniciativa, en el fondo, deja claro que para que una sociedad pueda vivir en paz requiere, necesariamente, de un juez, de un mediador, de un tercero imparcial que logre conducir la resolución de los conflictos sociales. Sin esta figura, las sociedades se estarían viendo consumidas por la vorágine de la “ley del más fuerte”. La experiencia del Centro de Mediación del Tribunal Superior de Justicia ha dejado constancia de ésto.

La mediación resulta sumamente importante en tiempos en los que la judicatura parece haberse especializado tanto que refleja a la ciudadanía la idea de que hay conflictos que no deberían llegar a su seno; conflictos que estaban muy arraigados en determinados grupos sociales, en las vecindades, en los mercados, en la vía pública. La especialización y la complejidad de ciertos conflictos terminaron por alejar otra clase de problemas, igualmente importantes, pero menos rebuscados. Me refiero aquellos conflictos que en ocasiones pensamos son tan recurrentes o tan simplemente vanos que los alejamos de las manos de los jueces. Conflictos que por su cotidianeidad, creemos que no necesitan de las manos diestras de un juez, o creemos que son irrelevantes ante los ciegos ojos de la justicia.

No puede haber un ejercicio menos democrático que éste. Que hacerle creer a la ciudadanía que la justicia no tiene ojos para todos los conflictos. Que la justicia cree en distintas clases de conflictos; que los hay pequeños, nimios o simples y que son éstos los que no merecen su atención.

Hacerle creer a la ciudadanía que los únicos conflictos que le importan son aquellos donde hay millones de por medio, o aquellos donde el individuo, finalmente, porque no resolvió una disputa previa o un conflicto pequeño terminó por privar de la vida a alguien, de lesionar al vecino, o de robarle al transeúnte, es la forma más viciosa de hacer ver a la justicia.

Con esta iniciativa, Mancera lo deja claro: la justicia no comienza cuando el conflicto es grande o ruidoso. La justicia comienza cuando hay una disputa que merece ser resuelta y que al resolverla se evitarán, precisamente, los conflictos grandes o ruidosos.

Presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses