Nunca antes en la historia de la humanidad, los derechos humanos habían cobrado tanta notoriedad como en la nuestra. Ni con los esfuerzos de los franceses y norteamericanos del siglo XVIII, ni siquiera después de la Segunda Guerra Mundial, los derechos humanos contaban con la estructura jurídica, la atención política y el respaldo social con el que hoy cuentan. Sin embargo, volteo y veo un mundo convulso; arrojado sobre la ira, el odio y el miedo. Precisamente, en el momento histórico en el que los derechos humanos son más notorios, accesibles y ampliamente reconocidos. Contamos con cortes internacionales, mecanismos y sistemas jurídicos que se dedican por completo a su protección y, sin embargo, los problemas no cesan.

Estos hechos históricos y su relación con la existencia de los derechos nos dicen una cosa sumamente importante: los derechos humanos viven y nacen del conflicto.

El famoso pensador inglés Isaiah Berlin decía que “si los hombres no hubieran estado en desacuerdo sobre la finalidad de la vida y nuestros antepasados hubiesen seguido imperturbables en el jardín del Edén, los estudios a los que está dedicada la teoría política y social apenas podrían haber sido concebidos. Pues estos estudios tienen su origen y se desarrollan en la existencia de la discordia”.

Ciertamente, sin la existencia de conflictos, hablar de la defensa, preservación y promoción de los derechos humanos resultaría un sinsentido. No tendrían por qué ser demandados por la sociedad, ni reconocidos por los ordenamientos jurídicos. Defender los derechos humanos significa, entonces, reconocer que no siempre podemos mantener inalterable el curso de nuestras vidas; que el mundo no es un lugar donde reine la paz y la armonía. Que tenemos muchos problemas y que todos deben ser resueltos. Los derechos humanos nos revelan que nuestras sociedades son precarias y que nuestras necesidades básicas aun no han sido cabalmente cubiertas.

En la actualidad, las situaciones de conflicto de las que vengo hablando ya no son sorpresivas. Por el contrario, tristemente son cada vez más comunes: actos de terrorismo, declaraciones xenófobas por parte de políticos, intentos de golpes de Estado, países en quiebra. Paradójicamente, son estas las situaciones que nos hacen sostener la importancia jurídica y el rango moral que esta clase de derechos tienen. Sobre todo, cuando nuestro compromiso está encaminado a proteger y asegurar el sano desarrollo de la democracia y del Estado de derecho en sociedades plurales.

Es claro que sin la existencia de derechos, esta clase de situaciones serían mucho más comunes y, posiblemente, mucho más trágicas. Pero también me queda claro que sin esta clase de situaciones, los derechos humanos serían innecesarios.

Parece que su existencia estará garantizada por muchos años. No hasta que los seres humanos aprendamos a vivir y convivir con nosotros mismos. Pero si me preguntan qué parte prefiero, sin duda diré que aquella en la que los derechos humanos no son necesarios y que las instituciones que protegen los derechos humanos ya no sean indispensables.

Presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México

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