Un principio como norma a cumplirse con cierto propósito es, por definición, lo primero a tomarse en cuenta para emprender las acciones pertinentes en la consecución de un fin determinado. Toda comunidad, ya sea desde una perspectiva global o bien, si atendemos a una comunidad nacional determinada, asume ciertos principios rectores que actúan como guías de conducta.

Desde luego que se reconocen a los principios como causas finales y con ellas se dirigen las acciones que se emprenden. Así las cosas, el principio orienta esas acciones como regla de conducta. Cuando se busca eficacia los medios a emplear se subordinan a los principios y todo se rige por la “utilidad”.

Pero coexiste con ello un factor ético que impone algún valor preciado socialmente que se admite de manera incondicional y determinante, pues representa el “deber ser”. El Derecho, ya como razón excluyente para la acción, una vez positivado un principio, desconoce todas las demás instancias ajenas al mundo jurídico y se impone como ley universal y obligatoria.

Por su parte, las responsabilidades se conciben como un valor que se incrusta en la conciencia individual. En todo caso, se toman en cuenta las consecuencias de los propios actos. Alguien actúa responsablemente siempre que es capaz de tomar decisiones conscientemente y desde luego, de asumir las consecuencias de aquellas y responder por estas en términos morales y jurídicos, según el caso.

La responsabilidad en esos términos exige que la persona reconozca las finalidades propias y las de los demás; actuar con responsabilidad impone optimizar los rendimientos de los recursos disponibles y el factor tiempo; es preciso detectar e informar en una democracia de las posibles desviaciones o anomalías de las acciones resueltas; todo requiere de planeación estricta y de asumir previamente todas las consecuencias derivadas de su conducta, para sí y para los terceros involucrados.

En el mundo de las responsabilidades, nos atenemos a no sólo ¿qué hacer?, sino a un ¿cómo hacerlo?, para ubicar los factores éticos de nuestras decisiones y sus consecuencias.

En determinados momentos, aquellos, los principios, pueden llegar a informar dogmas y todo se rigidiza, se dogmatiza y tal fenómeno lo hemos observado en ciertos modelos políticos y económicos imperantes durante el siglo pasado que acabaron por colapsar ante la terca realidad de lo humano. Los principios dejaron de ser reglas orientadoras sujetas a utilidad y moral y se transformaron en verdaderos imperativos inamovibles. Eso produjo en su momento inflexibilidad, intolerancia y finalmente ineficacia. Aristóteles advirtió hace más de 2 mil años que: Todos los gobiernos mueren por la exageración de sus principios.

Eso no es una herejía cuando de conducción de pueblos se trata, pues siempre las comunidades humanas han de valerse de una moral ideal —que aceptada en su momento— modifica y se integra a una adecuada moral social. Por ello, en este momento mexicano es preciso considerar asumir una verdadera ética de las responsabilidades, a fin de no caer en la tentación de anquilosarnos por pánico escénico ante el cambio.

Presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal

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