La lucha libre es uno de los espectáculos deportivos más populares. Existen testimonios de su práctica en Egipto y en Mesopotamia que datan de 3 mil años a. C. Se trata de uno de los medios más antiguos de defensa personal.
Figuraba en el pentatlón de los primeros Juegos Olímpicos de la antigua Grecia. También se practicó en la India, unos 1,500 años a. C, y en China, 700 a. C.
Sin embargo, según el periodista Haro Oliva, en su libro, Olímpicos, “La lucha es un deporte que tiene origen mitológico. Hércules tuvo que emplear todo su vigor divino para vencer al gigante Anteo que atemorizaba a los habitantes de todo el territorio de Libia. Pero se considera a Teseo el verdadero inventor de la lucha en su combate con el gigante Cerción de Eleusis. Teseo tuvo que poner en juego su gran destreza y toda su agilidad para poder vencer al monstruo que llevaba una enorme diferencia de peso. Desde ese momento, según Pausanias, la lucha se convirtió en arte”.
La modalidad dominante en Europa ha sido la lucha grecorromana, en la que prevalece el uso de los brazos y se prohíbe sujetar al contrario debajo de la cintura. Es una prueba que requiere habilidad, destreza y fuerza. El ‘catch as catch can’, o lucha americana, es una variante que surgió en Estados Unidos en 1880. Se caracteriza por ser más dinámica y violenta que la grecorromana, ya que permite toda clase de tomas y la aplicación de llaves o presas, zancadillas, giros, tijeras, palancas, etc.
Para vencer en este deporte hay que lograr que el contrario toque el suelo con los hombros, lo que implica forzarlo a caer y sujetarlo en esa posición. El poeta estadounidense Walt Whitman, en Canto de alegrías, dice: “Oh, la alegría del luchador de fuertes músculos, que se yergue en la liza en condición perfecta, consciente de su fuerza, sediento de trabarse con su adversario”.
En México, según el escritor Carlos Monsiváis, “En la época de oro de la lucha libre, el público elabora sus reglas admirativas y sus rituales del desorden…
Tal vez lo más profundo de los escenarios de la lucha libre se localice en la zona de los gritos, ese elevadísimo juego diabólico que describe el evento, apuntala al ídolo, desfoga al espectador, reinventa la Guerra Florida. ¡Queremos sangre! ¡Friégatelo!... ¡La quebradora, cabrón! ¡No lo dejes! ¡No te quedes ahí paradote!... Los gritos son ecos de sí mismos, y la precipitación auditiva se deconstruye en sonidos feroces, sonidos de aprobación, sonidos que animan la continuidad de las generaciones sobre el ring”.
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