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En agosto de 1916, los integrantes de la familia Loera y Chávez publicaron el primer título de la editorial que habían decidido llamar “Cultura”, con una grafía latinizante que desde entonces la distinguió (Cvltvra): el coeditor fue el escritor Julio Torri. Ese libro fue una antología de Ángel de Campo (1868-1908), cuyo “nombre de pluma” en las batallas literarias y periodísticas era “Micrós”. Este pseudónimo tiene para mí resonancias memorables, pues pasé prácticamente toda mi infancia en una pequeña calle cerrada con ese nombre, “Micrós”, en la Segunda Colonia del Periodista.
Más todavía: Agustín Loera y Chávez fue maestro de literatura de mi padre en la Escuela Nacional Preparatoria; hay por ahí, en archivos familiares de los Loera y Chávez, un precioso documento: un trabajo escolar de 1931 que documenta espléndidamente esa relación maestro-alumno.
En cuanto a la editorial Cultura, he sido lector gozoso de sus libros desde que conocí esas bellas ediciones, de las cuales perdí algunas. Gracias al azar he conservado la mayoría a las que pude echar el guante en librerías de viejo. Aquí confieso, con gratitud, que algunos tomos de la colección han sido regalos de amigos queridos.
En este 2016, entonces, celebramos el centenario de la editorial Cultura. Es significativo de estos tiempos que casi nadie le haya prestado atención al aniversario. Hay una excepción notable: la Biblioteca Lerdo de Tejada, en el Centro Histórico (República de El Salvador número 49), dirigida por Juan Manuel Herrera, hombre sensible y de gran cultura, y desde luego bibliotecario consumado. En colaboración con la familia fundadora de Cultura —lo que quiere decir, sobre todo, un nombre ilustre: Verónica Loera y Chávez—, Herrera dispuso montar una preciosa exposición de los libros de la centenaria editorial en el vestíbulo de la biblioteca a su cargo. Unas cuantas decenas de libros pueden verse y admirarse en los exhibidores del lugar, equipados con vitrinas muy limpias y diáfanas.
La editorial Cultura no fue nada más eso: fue también una imprenta muy productiva y una editora de revistas. La revista México moderno fue publicada entre 1920 y 1922 por el mismo grupo de amigos, escritores y editores todos ellos; pero sin los Loera y Chávez nada de eso habría sido posible. Otro centenario de 2016 (el de la primera edición de La sangre devota, de Ramón López Velarde) nos permite ver la importancia de esa revista: allí pueden leerse las reseñas sobre la entonces nueva literatura mexicana; el número 1 da a conocer una semblanza de Agustín Loera y Chávez sobre un poeta tabasqueño que entonces usaba su apellido materno: José Gorostiza Alcalá. El número 11, de 1921, está dedicado íntegramente a López Velarde, muerto ese mismo año. Agustín Loera y Chávez fue el último amigo con quien habló el poeta.
La exposición de Cultura estará abierta a lo largo de septiembre.