La literatura sobre Franz Kafka (1883-1924) es un inmenso territorio. Tiene un tamaño descomunal, llamativo y alarmante, sobre todo cuando se considera junto a la parcela más bien modesta, en términos cuantitativos, de lo que él escribió: apenas un puñado de libros, para cuya lectura bastarían, cuando mucho, unas cuantas semanas. En cambio, para conocer medianamente los análisis, las interpretaciones, las biografías, los desciframientos del mundo kafkiano, no bastarían varias vidas. Es una de esas irritantes paradojas que distinguen la cultura literaria moderna; para conjurarla, el 31 de diciembre de 2015 compré un solo libro, viejo volumen de una editorial sudamericana que contiene varias fábulas y narraciones kafkianas; es un tomo de segunda mano, intonso, prácticamente nuevo, no leído: mi personal regalo de fin de año para mí mismo. Volveré a esas imaginaciones ya recorridas otras veces, y volveré a asombrarme con el vértigo de la pureza y la lucidez incandescente. Eso no significa que viva al margen de los libros sobre de la vida y la obra de Kafka: he leído y leeré sobre él y sus escrituras.

Cuán poco le cuadra a Kafka el equívoco elogio de “gran escritor”. Lo entendieron los filósofos Deleuze y Guattari, quienes lo vieron como el hacedor, genial y visionario, de una “literatura menor”, término rico en significados y virtualidades. Lo vio así, también, el marxista Lukács, quien reprobó los libros de Kafka y los puso por debajo de aquel a quien juzgaba “un gran escritor”: Thomas Mann. Es verdad: junto a Mann, escritor mayestático, Kafka es un diminuto hacedor de textos extraños, no importa que contengan una potencia muy superior a la de los libros de aquel. Georg Lukács se equivocó al acertar: su visión es la de un consumado conservador en asuntos literarios.

El punto es este: Franz Kafka es “menor” comparado con Joyce, Proust, Mann; pero su valor está en estado constante de expansión, lo pone aparte de aquellos y lo transforma continuamente —como Edgar Poe en el poema de Mallarmé— en él mismo, es decir, en una criatura proteica y compleja, a la vez sencilla y laberíntica, diáfana y misteriosa. Podemos admirar a los otros; Kafka está, si de veras queremos que esté ahí, dentro de nosotros, hecho de la sustancia profunda de nuestra vida, determinándola y encajado hasta lo más hondo en nuestro pensamiento, en nuestras fabulaciones y figuraciones.

No estaría haciendo este repaso kafkiano si no fuera por uno de los mejores lectores del mundo moderno: el italiano Pietro Citati. Su ensayo sobre Kafka, leído en los últimos días de 2015, está avalado por dos escritores de raza: John Banville, Giorgio Manganelli. Pietro Citati, desde luego, se defiende solo. Sus páginas sobre Kafka son una obra maestra del arte de la biografía, de la crítica más apasionada, del espíritu más generoso, de la inteligencia más encendida. Su libro es ya uno de mis clásicos íntimos.

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