Más Información
Oposición califica el presupuesto 2025 como “un valle de lágrimas”; señalan recortes y errores graves
Lenia Batres destaca que ha dejado de percibir más de 2 mdp; devuelve un millón 181 mil 439 pesos a la Tesorería
Calendario Pensión del Bienestar; ¿qué apellidos o letras cobran la semana del 19 al 22 de noviembre?
El miércoles 9 de septiembre murió el poeta oaxaqueño Víctor de la Cruz. Leí la noticia con un cierto estupor; pensé: “Nos estamos extinguiendo”, y en ese “nosotros” agrupé en la memoria a los brigadistas anónimos del movimiento estudiantil-popular de 1968, tan denostado y despreciado por los modernos y posmodernos cuyo paladín es el afamado humanista y filántropo francés Nicolás Sarkozy. No me importan esas fulminaciones del 68; por una vez debo decir “yo estuve allí, entonces”, y las interpretaciones, revisionismos y desdenes de ese hecho ya histórico me afectan bien poco; nada, mejor dicho. Estoy seguro de que cometimos errores; que una de la herencias morales e intelectuales del movimiento es la obligación de la crítica; que pudimos conseguir más y no supimos hacerlo; pero al mismo tiempo me doy cuenta de la bajeza de los ataques de los últimos años a quienes participamos en el movimiento, para ya no hablar del agravio a quienes murieron por la represión.
Pero quiero y debo recordar aquí a Víctor de la Cruz. Nos vimos a menudo en esas jornadas de hace casi medio siglo; no podía ser de otra manera: formábamos parte de la misma brigada. Luego dejé de verlo por muchos años; él se fue a vivir a Oaxaca; cuando nos saludábamos, tratábamos de conversar un rato. Siempre hubo grandes abrazos y sonrisas: quiero creer que el enorme afecto que yo sentía por él era correspondido. Yo le recordaba siempre mi lado oaxaqueño: mi madre nació en Zaachila, no lejos de la capital del estado.
En mis recuerdos veo a Víctor junto a Macario Matus y David Zárate Blas; no lejos, al fondo, veo también a Leopoldo de Gyves, a Francisco Toledo, a Rafael Doniz.
Víctor de la Cruz es una de las personas más joviales y enérgicas que he conocido. Me hablaba con fervor de los poemas de mi padre, y siempre había uno o dos momentos de socarronería en esos encuentros y tenía yo que aguantar a pie firme las bromas de mi viejo compañero de brigada sesentayochera.
Era sobre todo un poeta. Una parte considerable de su trabajo me está vedada: escribió mucho en zapoteco y sus afanes estaban consagrados a la defensa y reivindicación de sus hermanos indígenas. Cuando lo recibieron en la Academia de la Lengua, anunció que pugnaría por que se convirtiera en la Academia de las Lenguas; tenía en mente, antes que a nadie, a los zapotecos del Istmo.
Poemas de Víctor de la Cruz fueron traducidos al inglés por el talentosísimo David Shook, poeta con sus propias credenciales y lingüista consumado. Me pareció un encuentro muy hermoso: el joven poeta educado en Oxford, el poeta oaxaqueño formado en escuelas públicas de México. Amigos ingleses le dieron hospitalidad a esas traducciones.
Mi camarada dirigió la hermosa revista cuyo título en zapoteco debe entenderse como “La iguana rajada”. Me publicó allí algunos versos. Es uno de los muchos motivos de gratitud que acompañan su recuerdo.