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No fui yo quien bautizó como “nazismo mágico”, en broma, al interés de los escritores mexicanos por el nacionalsocialismo, la Solución Final y la Segunda Guerra, que tuvo su cima con En busca de Klingsor (1999), de Jorge Volpi. Tampoco he sido yo quien ha propuesto que se prohíba, al menos por una década, a nuestros narradores connacionales tocar ese manoseado tema, aunque es probable que por hartazgo apoye esa eventual veda. No es que el tema estuviese ausente de nuestras provincianas letras, como cierta prensa española lo afirmó, ignara, habiendo al menos, precedentes como Morirás lejos (1967), de José Emilio Pacheco; El desfile del amor (1985), de Sergio Pitol; Este era un gato (1988), de Luis Arturo Ramos, y La noche oculta (1990), de Sergio González Rodríguez. Estos autores, a diferencia de Volpi, mezclaban la nazilatría o la nazifobia de sus personajes con asuntos mexicanos, como lo hace, aunque mínimamente, Bruno H. Piché (Montreal, 1970) con Los hechos (2015).
Que el nazismo, historia, secuelas, actualidad y hasta inquietante futuro, como nos lo advierte el odioso agorero Agamben, estuviera en el horizonte periodístico en el año 2000 era lógico puesto que se trataba del corte de caja del siglo XX y es y será una de las dos o tres conmociones en verdad históricas en la humanidad que le ofrecen a cualquier novelista más o menos dotado casi todos los ingredientes, listos para el horno de microondas, para poner a punto un libro de calidad regular. La mexicana no fue, desde luego, la única literatura en sufrir esa “nazificación”. También ocurrió, hablando sólo de lo que he leído, en Francia y en España. Con estos antecedentes, al leer Los hechos, de Piché, conocedor de que se trata de la novela corta de un crítico entendido y profesional, no pude sino lamentar, con mala conciencia, que se me sometiese a otra “película de nazis”, en esta ocasión, por fortuna, brevísima, pues se han vuelto a poner de moda las novelas fragmentarias. Un amigo, escritor mayor que yo en 15 años me dijo, simplemente, que pasada la moda de las impublicables, hoy día, novelas totales e infinitas ideadas para competir con las de Musil o Von Doderer, los jóvenes posmodernos eran, más por conveniencia que por convicción, flojos. Hay excepciones, como la de una colega autora de una novela de más de mil páginas sobre Blake. No he leído el manuscrito, convirtiéndome en muestra de lo que deploro. Probablemente, un libro de esas temerarias dimensiones nunca se publique. Esas aventuras no están para nuestros tiempos. Qué lástima.
Con estos antecedentes resultaba improbable que Los hechos me entusiasmaran y lo lamento. Piché cuenta bien, sucintamente, la historia de un exmiembro de las SS convertido en profesor de humanidades en Canadá, que denuncia a un compañero de armas por haber asesinado a sangre fría a siete judíos que cavaban una zanja antitanques meses antes de la derrota alemana, crimen por el cual, al final, el acusado es enjuiciado y sentenciado, pese a estar agónico de cáncer. Pero quien acusa al delatarse como cuadro de aquella cofradía infame se autosacrifica. Así lo hizo Günther Grass, que como el personaje de Piché, fue llamado, adolescente, a formar parte de las SS al final de la guerra y no quiso morir sin confesarlo.
Los temas de Los hechos son los desprendidos de una minuta de Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt pasado por Karl Jaspers: la culpa colectiva, la banalidad del mal, la memoria histórica contra el olvido, la responsabilidad de denunciar o el pesar de morir sin la conciencia limpia, la piedad y el sacrificio. Nada que no se estudie en cualquier manual de filosofía de la historia o de las religiones cruzado con una confusión entre el arte de novelar y las meditaciones ensayísticas del orden sociológico sobre el siglo pasado.
Piché trata sin mayor éxito de entreverar, con el ajuste de cuentas entre los antiguos SS, una historia personal, la de su yo narrativo y sus escarceos eróticos. Alude a que volver a Montreal, para su narrador, tiene una grave significación existencial en su biografía familiar, pero le da pereza ahondar en el asunto, ya sea por pudor o por fastidio. Al final, Los hechos, más que una novela, es una libreta de apuntes, de microficciones o pensamientos, correctamente redactada para procrastinar, en otra novela, aquello que el autor no pudo o no quiso arriesgar en ésta, no siendo tan joven como para errar de manera tan franca cuando podía dar mucho más, dada su riqueza intelectual. Es falso que siempre lo bueno, si breve, sea dos veces bueno. Da la impresión que Bruno H. Piché se acabó no el lápiz, sino la goma de borrar.