Este año conmemoramos el bicentenario del natalicio de Mariano Otero, quien fue uno de los “más brillantes juristas nacionales, además de académico, intelectual, político, legislador y funcionario público que participó activamente en los acontecimientos que hicieron posible la formación de la nación durante la primera mitad del siglo XIX. Defendió la forma republicana de gobierno, el federalismo, la división de poderes, la representación popular, el respeto a los derechos humanos, la libertad de expresión y la integridad del territorio nacional” (Ministro Luis María Aguilar Morales, 16/03/2017).
La vida del jalisciense coincidió con una de las épocas más convulsivas de nuestra historia. A la distancia la observamos en blanco y negro: federalistas vs. centralistas, republicanos vs. Monárquicos, y liberales vs. conservadores. En un bando los primeros y en otro los segundos. Un país sumido en la anarquía, el caudillismo y la guerra con potencias extranjeras que aprovecharon las circunstancias y la desunión entre los mexicanos. Perdimos Texas y después la mitad de nuestro territorio ante los yanquis ambiciosos y prepotentes.
En este contexto, plagado de injusticias, persecuciones políticas y encarcelamientos por la manifestación de las ideas se gestó, en la cárcel, lo que después serían los fundamentos del juicio de amparo con la pluma de un joven abogado que tuvo la oportunidad de participar en los congresos federalistas del 1842 y 1847. La tranquilidad para crear en un momento de turbulencia personal y colectiva es admirable.
En la escalera norponiente del edificio sede de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en un mural de Luis Nishizawa, en medio de “las llamas que representan la fuerza motriz de la Independencia y la Revolución, un país que empieza a tomar su propio rumbo” emergen en medio del ritmo agitado del México actual, las imágenes de Mariano Otero, Ignacio Luis Vallarta y Manuel Crescencio
Rejón. Esa es una inmejorable expresión de lo que se conmemora en el bicentenario del natalicio de uno de los abogados ahí pintados: la capacidad de mirar al futuro en medio de la debacle nacional y el imperio de las fuerzas destructivas.
Independientemente de las múltiples facetas del personaje (jurista, político y diplomático) así como de su contribución a la defensa de los derechos humanos en nuestro país, lo destacable es el ejemplo que legó, mismo que invita a la reflexión. Otero perteneció a una generación bisagra. Aquella que transitó de la Colonia a la República Federal (todavía inestable) y que sufrió el trauma de la humillación de ver la bandera de las barras y las estrellas ondear en Palacio Nacional el 16 de septiembre del 47. Murió en 1850 y no vivió lo suficiente para participar en la guerra de reforma, combatir al invasor francés y restaurar la República.
Nosotros también somos una generación de transición, que padecimos la llamada década pérdida de los ochenta (inflación, desempleo e incremento de la pobreza), el desmoronamiento del autoritarismo del partido dominante y la alternancia democrática con una profunda reforma del Estado que nos ha conducido a una gobernanza globalizada en la que coexisten esferas de autonomía estatal no subordinadas al Poder Ejecutivo y una sociedad civil empoderada. Vivimos una época marcada por la corrupción y el embate constante de la delincuencia organizada, el narcotráfico y los grupos radicales a las instituciones.
Hoy, como sucedía en los tiempos de Otero, se nos plantean grandes retos: combate a la pobreza, desarrollo económico incluyente, migración, justicia social y respeto a los derechos humanos. Hoy como ayer se requieren visionarios de la República, comprometidos y creativos. La complejidad de la sociedad y las dimensiones demográficas exigen mujeres y hombres que en sus propias organizaciones sean factor de innovación y mejora continua.
En este contexto, la Suprema Corte de Justicia de la Nación iniciará la semana entrante los actos conmemorativos del bicentenario del nacimiento de Mariano Otero, que concluirán en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, su tierra natal, en noviembre. Honra a un constructor de instituciones, a un hombre de convicciones e ideas. Un liberal, federalista y republicano con matices, que con su obra demostró que no hay ninguna época blanca y negra, que todas tienen tonalidades que las enriquecen. En síntesis, se divulgará el pensamiento de un visionario cuyo principal legado es habernos enseñado que en las peores circunstancias primero es el respeto a los derechos de las personas y su protección judicial.
Profesor de Posgrado de la Facultad de Derecho de la Universidad Anáhuac del Norte
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