El 2016 pasará a la historia como un año pivote que dejó al descubierto el temor y la alienación de estos tiempos, abruptamente trastocando muchas de nuestras presunciones sobre el futuro. Quizá deberíamos haberlo visto venir. La demagogia y el rebrote del nacionalismo venían replicándose en distintos rincones del mundo, alimentados por la frustración de amplios sectores sociales hacia lo que perciben son los efectos de la globalización, la erosión de la certeza de sus valores morales e identidades étnicas o sociales y el temor al terrorismo y a flujos de refugiados y migrantes. Las democracias liberales están a la defensiva o incluso, en algunos casos, contra las cuerdas ante la embestida y creciente popularidad de gobernantes o movimientos políticos autoritarios.
La geopolítica no espera a hombre o nación alguna, y 2016 no fue la excepción. El actual orden global internacional, un sistema liberal basado en reglas, establecido en 1945 y expandido después del deshielo bipolar, está bajo una tensión sin precedente. Por primera vez desde la primera Guerra Mundial, las potencias, tanto del estatus quo como las retadoras, se encuentran presas de distintas variaciones de chovinismo. La mayoría concibe a las relaciones internacionales como un juego de suma-cero, donde el interés global compite y choca con el interés nacional. El resultado, sobre todo para naciones menos poderosas —como México— protegidas por reglas globales, será un mundo más inestable y crudo. Y a diferencia de la Guerra Fría donde frecuentemente carecíamos de información, hoy contamos con demasiada; ante las amenazas de la bipolaridad, conocíamos capacidades pero costaba medir intenciones; hoy, tanto con respecto a países como actores no estatales, es al revés. Y al igual que con la caída del muro de Berlín hace 27 años, el voto a favor del Brexit y la elección de Donald Trump a la presidencia estadounidense se erigen hoy en un momento emblemático de cambio que sintetiza muchas tendencias y signos que apuntan a un cambio abrupto e irrevocable en el sistema internacional, y en nuestras vidas. Es un momento revolucionario, una repudiación estruendosa de todo y todos. Pero en contraste con 1989, donde a pesar de los retos que se avecinaban había la sensación de que los cambios apuntaban a un mejor futuro, en esta ocasión no tenemos idea de lo que éste nos depara. Este es el año en que lo impensable se volvió posible.
De todas las tendencias registradas en un 2016 convulso y fluido, resumo cinco. Hay, primero, un rechazo a la globalización y al libre comercio, tanto en la extrema derecha como la extrema izquierda del espectro político. La segunda es la fusión del nacionalismo —en EU con el “América primero” de Trump y en Europa con el rechazo a la UE— con la erosión democrática. La democracia directa virtual por medio de redes sociales está rebasando por derecha e izquierda a la democracia representativa. Hoy el reto más importante a la democracia liberal proviene del interior de las naciones. El componente democrático se está alzando contra el componente liberal, amenazando con usar su aparente legitimidad para reventar las reglas que han mantenido cohesionadas a las sociedades. La tercera es el resurgimiento de quienes postulan la guerra entre civilizaciones, personificado sobre todo en el rechazo a las obligaciones internacionales en materia de refugiados o la amenaza de veda al ingreso de musulmanes, pero que también se expresa en crecientes obstáculos a la migración o a la movilidad laboral. La cuarta tendencia es la embestida populista contra las élites, sean éstas económicas, políticas o académicas, impulsada por la creciente desigualdad, la inmigración y las secuelas de la brutal recesión de 2009. Y la quinta es la denuncia y erosión de los medios de comunicación dominantes, junto con la propalación de la posverdad y las conspiraciones y falsas noticias que individuos y activistas —o Estados— están esparciendo y turbocargando por medio de redes sociales.
La lucha por preservar el liberalismo internacional en 2017 estará en manos de mandatarios como Trudeau o Merkel, quienes deberán demostrar que no necesitamos “mejores líderes” que construyan un mejor ayer, y que el liberalismo internacional, además de contar con la mejor partitura, también cuenta con la mejor tonada. Aquí es donde radica el verdadero reto yendo hacia adelante. Las almenaras de tolerancia y pluralidad están en jaque. No es posible seguir actuando, como lo han hecho un importante número de gobiernos, políticos y activistas, sin minar los preceptos y la maquinaria esencial de un sistema internacional liberal basado en reglas. Nos espera una tarea endiablada el próximo año. Por ello, aprovecho la última columna de un 2016 desalentador para desearles lo mejor para 2017; ¡vivámoslo con convicción, pasión y perseverancia!
Consultor internacional